DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C

Primera lectura: Isaías 66, 10-14c; Salmo 65, 1-3a. 4-5. 16 y 20 (R.: 1); Segunda lectura: Gálatas 6, 14-18; Evangelio: Lucas 10, 1-12, 17-20.


Luego de varios domingos después de Pentecostés, en donde hemos celebrado diversas festividades litúrgicas, se hace visible el color verde del tiempo ordinario, aunque ya hemos empezado el tiempo ordinario hace semanas.

La Palabra de Dios nos invita a la alegría y al compromiso misionero. El Evangelio de san Lucas nos presenta a Jesús enviando a setenta y dos discípulos de dos en dos. No se trata sólo de los Doce Apóstoles, sino de un grupo más amplio: signo de que la misión no es exclusiva de unos pocos, sino tarea de toda la Iglesia.

"La mies es mucha y los obreros pocos. Rueguen, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Lc 10,2).

En la primera lectura, el profeta Isaías nos muestra a Jerusalén como una madre que consuela y alimenta. Es una imagen de la Iglesia, que, desde su maternidad espiritual, consuela a los hijos de Dios. El gozo que proviene de pertenecer al pueblo de Dios es también la base del envío misionero. Solo quien ha experimentado el amor y el consuelo del Señor puede anunciarlo con alegría.

Jesús envía a sus discípulos sin bolsa ni alforja. Van ligeros, confiados sólo en la providencia. La misión se hace en pobreza, en humildad, en dependencia de Dios. Llevan un mensaje claro: "Paz a esta casa". No imponen, proponen. No obligan, ofrecen. Su presencia debe ser un signo de reconciliación, de comunión, de cercanía de Dios.

Cuando los discípulos regresan llenos de alegría porque los demonios se les sometían, Jesús les dice: "No estén alegres porque se les someten los espíritus, sino porque sus nombres están escritos en el cielo" (Lc 10,20). Jesús orienta la alegría hacia lo esencial: no es el éxito aparente, sino la comunión con Dios, la certeza de ser amados y salvados por Él.

Decía san Agustín: “Trabajemos en este mundo como si siempre fuéramos a vivir, y vivamos como si hubiéramos de morir cada día”. La misión exige esa vigilancia y entrega continua. Vivir en Cristo es estar en salida permanente.

San Pablo, en la segunda lectura, exclama: “Dios me libre de gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo” (Gál 6,14). El apóstol nos recuerda que la verdadera victoria cristiana no está en la fama, sino en la entrega. La cruz es el signo del amor radical, del perdón, de la victoria de Dios sobre el pecado y la muerte.

El cristiano misionero no es triunfalista, sino crucificado con Cristo y glorificado con Él. Lleva las marcas de Jesús en su vida, como Pablo: el sufrimiento ofrecido, la palabra anunciada, la vida entregada.

El Papa Francisco ha dicho: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús” (Evangelii Gaudium, 1). Hoy, como los setenta y dos, somos enviados a proclamar que el Reino de Dios está cerca. Con humildad, sencillez y alegría, vayamos al encuentro de los demás, llevando la paz de Cristo y confiando plenamente en su gracia.

Buen domingo en la presencia de Dios.

P. Martín 

P.d. Ofrezco una reflexión anterior que puede ayudar.

https://pmartinreflexiones.blogspot.com/2022/07/domingo-xiv-del-tiempo-ordinario-ciclo-c.html?m=1


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