SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA
Primera lectura: Isaías 49, 1-6; Salmo 138, 1-3. 13-14. 15 (R.: 14a); Segunda lectura: Hechos de los apóstoles 13, 22-26; Evangelio; Lucas 1, 57-66. 80.
Hoy la Iglesia celebra con gozo la Solemnidad del nacimiento de San Juan Bautista. Esta Solemnidad, que interrumpe el ritmo del Tiempo Ordinario, tiene un lugar único en el calendario litúrgico, porque solo a tres personas se les celebra el nacimiento: a Jesús, a María y a Juan, el Bautista. Eso ya nos indica que su nacimiento está envuelto en el misterio de la salvación.
La fecha de esta Solemnidad, el 24 de junio, seis meses antes de la Navidad, está en profunda sintonía con el relato evangélico del anuncio a María. La liturgia, con sabiduría, nos lleva a contemplar que Juan es el lucero que anuncia la aurora; él mengua para que Cristo crezca.
La oración colecta de hoy expresa: «Dios nuestro, que suscitaste a San Juan Bautista para que preparara a Cristo el Señor una comunidad bien dispuesta, concede a tu pueblo el don de la alegría espiritual y dirige los corazones de todos los fieles por el camino de la salvación y de la paz.»
¡Qué hermoso pedir el don de la alegría espiritual! En un mundo tan herido por la tristeza y la confusión, el testimonio de Juan nos recuerda que nuestra vida tiene sentido cuando la ofrecemos como preparación del Reino. Su austeridad no era amargura, sino claridad interior. Su palabra fuerte era una palabra nacida de la verdad y del amor.
Juan es el profeta por excelencia, pero también el humilde. Él no se atribuye la luz, sino que la señala. No busca el centro, sino que allana el camino. En este sentido, también la oración sobre las ofrendas nos da una clave preciosa: «Que la ofrenda que te presentamos, Señor, en la festividad del nacimiento de San Juan Bautista, quien anunció la venida del Salvador y lo mostró ya presente en el mundo, santifique a tu Iglesia y le comunique la alegría espiritual.»
La liturgia une siempre el misterio celebrado con la misión de la Iglesia. La alegría no es solo un sentimiento pasajero: es fruto del Espíritu. Y el Espíritu actúa cuando somos capaces de anunciar, como Juan, al Cordero de Dios.
El Evangelio nos dice que su nombre debía ser «Juan», contra la costumbre de llamarlo Zacarías. Su nombre, que significa «Dios ha hecho gracia», nos recuerda que toda vocación es gracia, que toda misión es don. Juan es vocación pura: su nacimiento, su silencio en el desierto, su predicación en el Jordán, su martirio en la cárcel… todo en él apunta a Cristo.
Nosotros también estamos llamados a ser profetas. A veces pensamos que eso es solo para algunos, pero el Bautismo nos configura con Cristo, sacerdote, profeta y rey. Ser profetas hoy es tener el coraje de señalar a Cristo con la vida, con la palabra, con nuestras opciones, con nuestra fidelidad cotidiana.
La oración después de la comunión concluye: «Alimentados con estos sagrados dones, te suplicamos, Señor, que tu Iglesia goce del nacimiento de San Juan Bautista, por quien conoció al autor de su regeneración, nuestro Señor Jesucristo.»
¿Qué significa esto? Que Juan no es el centro, sino el que prepara el corazón para reconocer al que nos regenera: Cristo. Juan es la voz; Cristo es la Palabra. Juan es el amigo del esposo; Cristo es el Esposo. Juan es como la lámpara; Cristo, la luz.
Que como él, también nosotros nos convirtamos en signos vivos del Evangelio. Que no temamos menguar para que Cristo crezca. Que nuestra voz sea fiel al Espíritu y nuestra vida, una lámpara encendida que prepara el camino del Señor.
Amén 🙏
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