DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C
Primera lectura: Génesis 18, 20-32; Salmo 137, 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8 (R.: 3a); Segunda lectura: Colosenses 2, 12-14; Evangelio: Lucas 11, 1-13.
El Evangelio de este domingo nos sitúa en uno de los momentos más intensos de la relación de Jesús con sus discípulos. Uno de ellos le dice: «Señor, enséñanos a orar» (Lc 11,1). No le pide poder hacer milagros, ni sabiduría, ni autoridad: le pide aprender a estar en comunión con el Padre. Este deseo surge al ver cómo Jesús oraba, con una intimidad tan profunda, que provocaba admiración y hambre de lo mismo.
Y el Señor responde con el regalo más grande: el Padre nuestro. La oración cristiana por excelencia, tan sencilla como sublime. Nos enseña no sólo qué decirle a Dios, sino cómo relacionarnos con Él: como hijos que se dirigen a un Padre.
Este gesto nos conecta con la primera lectura, donde Abraham intercede por Sodoma. ¡Qué audacia la suya! ¡Qué confianza la de Abraham! Con una libertad que solo da el amor, se atreve a «negociar» con Dios. No lo hace por capricho, sino por compasión. Descubrimos aquí uno de los rostros más tiernos de Dios: el que escucha, el que no se cansa, el que atiende con paciencia nuestras súplicas.
La oración de Abraham y la enseñanza de Jesús nos revelan que la oración no es solo repetición de fórmulas, sino diálogo con Dios, encuentro con un Padre que escucha y responde. Como dice el Catecismo de la Iglesia Católica:
«La oración es la relación viva de los hijos de Dios con su Padre infinitamente bueno, con su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo» (CEC, n. 2565).
En el Evangelio, Jesús no solo enseña el Padrenuestro, sino que anima a orar con insistencia: «Pidan y se les dará, busquen y hallaran, llamen y se les abrirá» (Lc 11,9). Y lo dice con una parábola doméstica, sencilla y clara: si nosotros, siendo limitados y a veces egoístas, sabemos dar cosas buenas a nuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan?
A veces nos cansamos de orar porque pensamos que Dios no responde. Pero hoy Jesús nos asegura que Dios no es indiferente: escucha, se conmueve y actúa a su tiempo. Tal vez no nos da lo que pedimos, pero siempre nos da lo que necesitamos. A veces nos da luz en vez de la salida inmediata; nos da fuerza, en vez del milagro. Pero siempre responde.
La segunda lectura (Col 2, 12-14) nos recuerda que en Cristo hemos sido sepultados en el bautismo y resucitados con Él. Ya no estamos solos: Cristo vive en nosotros. Él ha destruido el acta de condenación. Y desde esa comunión renovada, tenemos acceso al corazón del Padre.
Termino con una invitación: que no dejemos de orar. Que busquemos diariamente ese espacio de silencio y encuentro con el Señor. Que no perdamos la confianza en la oración que transforma, que consuela, que mueve el corazón de Dios y el nuestro.
Como dice el Catecismo:
«La oración es una necesidad vital. La prueba de que la oración es posible es el testimonio de los santos. La oración es también un combate, contra nosotros mismos y contra las asechanzas del Tentador...» (CEC, n. 2744-2745).
Hoy Jesús nos enseña a orar. Y nos dice que el Padre escucha con amor infinito. Acerquémonos a Él con confianza de hijos. Que nuestra vida esté marcada por la oración constante, humilde, confiada.
Buen domingo en la presencia del Señor.
P. Martín
Les dejo un comentario anterior que puede complementar:
https://pmartinreflexiones.blogspot.com/2022/07/domingo-xvii-del-tiempo-ordinario-ciclo.html?m=1

Comentarios
Publicar un comentario