DOMINGO XIX DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C
Primera lectura: Sabiduría 18, 6-9; Salmo 32, 1 y 12. 18-19. 20 y 22 (R.: 12b); Segunda lectura: Hebreos 11, 1-2. 8-19; Evangelio: Lucas 12, 32-48.
En medio de tantos ruidos, inseguridades y preocupaciones de nuestro tiempo, la voz de Jesús nos llega como un susurro que calma el corazón: «No teman, rebaño pequeño, porque el Padre de ustedes ha tenido a bien darles el Reino» (Lucas 12, 32). No es un simple consejo para que estemos tranquilos; es una certeza que nace de sabernos hijos amados de Dios. No estamos solos, no somos huérfanos: hay un Padre que nos sostiene.
La primera lectura (Sabiduría 18, 6-9) recuerda la noche de la liberación de Israel. Fue un momento de oscuridad y de peligro, pero la fe les mantuvo firmes: sabían que Dios era fiel a sus promesas. La Carta a los Hebreos (11, 1-2. 8-19) nos muestra a Abraham, que dejó su tierra sin saber a dónde iba, confiando en una promesa que parecía imposible. Esta es la fe que Dios espera de nosotros: caminar, incluso cuando no vemos claramente el camino, porque confiamos en quien nos guía.
En su primer mensaje Urbi et Orbi, el Papa León XIV nos dejó estas palabras que parecen escritas para este evangelio: «Dios nos quiere, Dios los ama a todos, y el mal no prevalecerá. Estamos todos en las manos de Dios. Por lo tanto, sin miedo, unidos, tomados de la mano con Dios y entre nosotros, sigamos adelante.» Este es el corazón del mensaje de hoy: fe que no se deja vencer por el miedo, porque está arraigada en el amor y la fidelidad de Dios.
Jesús continúa diciendo: «Estén preparados, con el cinto ceñido y las lámparas encendidas» (Lucas 12, 35). La imagen es clara: un siervo listo para servir, atento a la llegada de su Señor, aunque sea en medio de la noche. No es una vigilancia ansiosa ni temerosa, sino una actitud de amor y disponibilidad.
Estar vigilantes significa no dormirnos espiritualmente, no dejar que la rutina, el cansancio o el pecado adormezcan nuestro corazón. Significa vivir de tal manera que, si el Señor viniera hoy, nos encontrara en paz con Él y con los demás. Y eso no se improvisa: se cultiva con la oración diaria, la escucha de la Palabra, la vida sacramental y la caridad concreta.
En un mundo donde abundan las distracciones y el exceso de información, esta llamada de Jesús es más actual que nunca. La vigilancia cristiana es una forma de libertad: no vivimos atados a lo inmediato ni a lo superficial, sino atentos a lo que realmente importa. El vigilante cristiano es como la lámpara encendida en la noche: humilde, pequeña, pero capaz de dar luz a otros.
Jesús nos advierte: «Donde esté tu tesoro, allí estará tu corazón» (Lucas 12, 34). Es una pregunta directa para cada uno: ¿cuál es mi tesoro? ¿Qué es lo que realmente me importa? A veces podemos decir que nuestro tesoro es Dios, pero los hechos revelan que ponemos más tiempo, energías y preocupaciones en cosas que son pasajeras.
El Señor nos llama a invertir en lo que dura para siempre: el amor a Dios, la entrega generosa, la solidaridad con el que sufre, la construcción de la paz, la defensa de la vida. Esos son tesoros que ninguna crisis económica, ninguna enfermedad ni siquiera la muerte pueden robarnos.
Y añade otra imagen poderosa: el administrador fiel y prudente, al que el señor encarga de su casa. Esta es la misión que hemos recibido todos, cada uno según su vocación: administrar bien lo que Dios nos confía. El tiempo, los talentos, la fe… no son para guardarlos, sino para ponerlos al servicio. Y como nos recuerda el Papa León XIV: «Mi vocación, como la de todo cristiano, es ser misionero, anunciar el Evangelio donde uno esté». Esa es la clave del administrador fiel: no vivir para sí mismo, sino para servir.
Que pases un bonito domingo en la presencia del Señor.
P. Martín
P.d. Comparto una reflexión anterior que puede ayudar.
https://pmartinreflexiones.blogspot.com/2022/08/domingo-xix-del-tiempo-ordinario-ciclo-c.html?m=1

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