DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C

Primera lectura: Eclesiástico 35, 12-14. 16-18; Salmo 33, 3-3. 17-18. 19 y 23 (R.: 7a); Segunda lectura: 2 Timoteo 4, 6-8. 16-18; Evangelio: Lucas 18, 9-14.


La Palabra de Dios hoy nos conduce al corazón mismo de la vida cristiana: la humildad. No se trata de una actitud débil o pasiva, sino de la verdad de quien se sabe criatura ante su Creador, necesitado de su gracia y sostenido por su misericordia.

En la primera lectura, el libro del Eclesiástico nos dice: «La oración del humilde atraviesa las nubes, y no se detiene hasta que alcanza su destino.» Es una imagen bellísima: la súplica de quien reconoce su pequeñez tiene un camino directo al corazón de Dios. El orgulloso reza mirándose a sí mismo; el humilde ora mirando al Señor. Por eso, la oración del humilde es eficaz, porque no busca presumir, sino confiar.

En la segunda lectura, san Pablo, al final de su vida, confiesa con serenidad: «El Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas, para que, a través de mí, se proclamara el mensaje.» Pablo no se gloría de sí mismo, sino de Dios que lo sostuvo en la prueba. No dice «yo resistí», sino «el Señor me dio fuerzas». Esa es la verdadera humildad: reconocer que todo bien proviene del Señor. Cuánto bien haría a nuestra vida reconocer, como Pablo, que no somos autosuficientes, que sin el Señor no podemos hacer nada.

El Evangelio nos presenta a dos hombres que suben al templo a orar: un fariseo y un publicano.

El fariseo pertenecía a un grupo religioso muy observante de la Ley; cumplía ayunos, oraciones y diezmos con rigor, pero había caído en el peligro de la autosuficiencia espiritual. Oraba de pie, enumerando sus méritos, comparándose con los demás y dándose a sí mismo la gloria que pertenece a Dios.

El publicano, en cambio, era considerado un pecador público, colaborador de los romanos y despreciado por su pueblo. Pero su oración brota del corazón: no levanta la vista, golpea su pecho y dice: «Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador.» En esa humildad hay verdad, y en esa verdad, salvación. Jesús concluye: «Este volvió justificado a su casa, y no aquel.»

El mensaje es claro: el Señor no escucha las palabras vacías de quien se cree justo, sino el gemido sincero del corazón contrito.

Por eso, hoy la liturgia nos invita a decirle: Señor, enséñanos a orar con humildad; líbranos del orgullo, del egocentrismo y del narcisismo espiritual. Porque la fe no consiste en creerse mejor que los demás, sino en reconocer que todo es gracia.

La humildad no nos rebaja; nos hace verdaderos. Nos permite mirar al prójimo sin desprecio y a Dios sin máscaras. Que en este domingo podamos orar como el publicano, con el corazón abierto, confiando en que el Señor nos escucha y nos levanta. «El que se humilla será enaltecido.»

Buen domingo en la presencia del Señor.

P. Martín

P.d. Les ofrezco una reflexión anterior que puede complementar 

https://pmartinreflexiones.blogspot.com/2022/10/domingo-xxx-del-tiempo-ordinario-ciclo-c.html?m=1

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