FIESTA DE LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR - CICLO C

Primera lectura: Malaquías 3, 1-4; Salmo 23, 7. 8. 9. 10 (R.: 10b); Segunda lectura: Hebreos 2, 14-18; Evangelio: Lucas 2, 22-40.


Coincide que en este domingo celebramos la fiesta de la Presentación del Señor. En la primera parte de la misa se suele tener la bendición de las candelas, recordando el momento en que Jesús es llevado al templo 40 días después de su nacimiento cuándo llegó el tiempo de la purificación de la Virgen María.

Es una fiesta de origen oriental, que se remonta al siglo IV, en el siglo V ya se le llamaba la «fiesta del encuentro» (Hypapante), precisamente porque se conmemoraba el encuentro De Jesús con Simeón y la profetisa Ana. Para el siglo VII esta fiesta se empieza a celebrar en Roma y, con el tiempo, se añade la bendición de las candelas para recordar que Jesús es la «Luz de las naciones». Es en el siglo X cuando se extendió en todo Occidente y cobra un matiz mariano, por lo que se le llamó la «Purificación de la Virgen María» y fue incluida dentro de las fiestas de Nuestra Señora, se celebraba 40 días después de la Navidad tal como lo mandaba la ley de Moisés. En la reforma del calendario romano de 1969 se le devolvió el carácter cristológico esta fiesta sin perder la presencia de María y se le llamó la «Presentación del Señor».

Benedicto XVI nos dice: «Al día cuadragésimo (del nacimiento de Jesús) pertenecen 3 acontecimientos: la «purificación» de María, el «rescate» del hijo primogénito Jesús mediante una ofrenda prescrita por la ley y la «presentación» de Jesús en el templo»

En el capítulo 12 del libro de Levítico el Señor le indica a Moisés que, cuando una mujer daba luz va a quedar impura durante 7 días, como cuando menstrua y, en el octavo día, se le impondrá el nombre al recién nacido. Sin embargo, la mujer tenía que purificarse durante 33 días de su flujo de sangre, considerando las situaciones normales de alumbramiento. Si el hijo es varón permanecerá impura 40 días, si es la hija es mujer será por 80. María, obediente a la voluntad de Dios, realiza tal cual el procedimiento de purificación. Pasados los 40 días después del nacimiento junto a su esposo José van a Jerusalén para presentar el primogénito en el templo y ofrecer la ofrenda por él. 

Otro detalle interesante es la ofrenda que van a presentar. También en el levítico se indica que se puede presentar un par de tórtolas o dos pichones según las posibilidades económicas de los oferentes. Que José y María hayan presentado dos pichones nos hace ver que eran pobres. 

Ilumina lo que dice Benedicto XVI al respecto: «María ofreció el sacrificio de los pobres (cf. Lc 2,24). Lucas, cuyo Evangelio está impregnado todo él por una teología de los pobres y de la pobreza, nos da a entender aquí, una vez más de manera inequívoca, que la familia de Jesús se contaba entre los pobres de Israel»

Algo no mencionado, pero si realizado es el rescate del primogénito. Nuevamente dejamos que nos ilustre Benedicto XVI: «El segundo acontecimiento del que se trata es el rescate del primogénito, que es propiedad incondicional de Dios. El precio del rescate era de cinco siclos y se podía pagar en todo el país a cualquier sacerdote».

Además de todo el contenido teológico del Evangelio, es valioso resaltar cómo en los momentos significativos de los judíos hay una serie de rituales para poner la existencia en las manos de Dios y considerar que su la propia vida es sagrada. También en nuestro mundo de hoy hay rituales para significar momentos especiales de la vida, sin embargo, carecen de sentido y de valor porque solamente quieren ensalzar y poner al centro al ser humano, olvidando de la dependencia estrecha y ontológica del ser humano respecto de Dios.

Leído con nuestros ojos, lo que dice tanto Simeón como Ana de repente son cosas obvias. Pero no podemos olvidar que cuando Lucas escribe este Evangelio no era muy conocido que Jesús sea el Mesías. Y con ello, no olvidar qué Simeón alaba a Dios por permitirle ver su salvación. Jesús es la salvación del ser humano representado en Simeón. Todo ser humano espera llegar a alcanzar la salvación y, cómo dice Simeón, llega a todos los hombres iluminados por Cristo.

De la misma manera, Ana espera la liberación de su pueblo. Sin duda alguna, el Señor viene a liberar del pecado y del poder del mal. Y eso es lo que precisamente reconoce Ana en este niño el liberador del pueblo de Israel. También nosotros esperamos la liberación, muchos esperan en Cristo que no libre de todo aquello que nos esclaviza y nos atasca.

Cristo viene como la luz de nuestra existencia. Dejémonos iluminar por Él, para que su luz venza todo aquello que nos obstaculiza reconocerlo como nuestro Salvador.

Buen domingo en la presencia del Señor.

P. Martín


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