SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI - CICLO C

Primera lectura: Génesis 14, 18-20; Salmo 109, 1. 2. 3. 4 (R.: 4bc); Segunda lectura: 1Corintios 11, 23-26; Evangelio: Lucas 9, 11b-17.


Hoy celebramos una de las solemnidades más entrañables y profundas de nuestra fe: el Corpus Christi. El corazón de esta fiesta es el misterio de la presencia real de Cristo en la Eucaristía: su Cuerpo entregado, su Sangre derramada, su amor hecho alimento. Es una oportunidad para detenernos, contemplar y agradecer este don inmenso.

La liturgia de la Palabra de hoy nos ayuda a entrar en este misterio. En la primera lectura, aparece una figura sorprendente: Melquisedec, rey y sacerdote, que ofrece pan y vino y bendice a Abraham. Es una imagen que la Iglesia siempre ha visto como una prefiguración de Cristo, el verdadero Sumo Sacerdote, que en la Última Cena ofreció su propio Cuerpo y Sangre bajo las especies del pan y del vino. El Salmo 109 lo confirma: “Tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec”.

San Pablo, en la segunda lectura, nos transmite con solemnidad lo que recibió: el relato de la institución de la Eucaristía. “Esto es mi cuerpo… este cáliz es la nueva alianza en mi sangre… haced esto en memoria mía”. Cada vez que celebramos la Misa, no repetimos un gesto simbólico; entramos realmente en el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. La Eucaristía es memorial, presencia y promesa.

El Evangelio según san Lucas nos narra la multiplicación de los panes. Jesús acoge, enseña, escucha y, movido por la compasión, alimenta. Ese mismo Jesús, con los mismos gestos —tomar, bendecir, partir y dar— sigue alimentando hoy a su pueblo. La Eucaristía es el pan que sacia el hambre más profunda: el hambre de Dios, de sentido, de comunión.

Hoy también es un día para renovar nuestra actitud de adoración. Adorar al Señor presente en la Eucaristía es reconocer que no estamos ante un pan cualquiera, sino ante su misma Persona viva. La adoración eucarística nos transforma, nos pacifica, nos hace humildes. Pasar tiempo en silencio ante el Santísimo nos une a Jesús y nos dispone a vivir como Él.

La procesión que realizamos en esta fiesta tiene también un profundo valor. No es una simple tradición externa. Es un gesto público de fe y de amor. Llevamos al Señor por nuestras calles porque queremos que su presencia bendiga nuestras vidas, nuestras familias, nuestras comunidades. Queremos que Cristo camine con su pueblo, que sea luz en medio del mundo. Al salir con el Señor, proclamamos que Él es nuestro centro, nuestro alimento, nuestra esperanza.

Esta solemnidad renueve en nosotros el amor por la Eucaristía. Que no nos acostumbremos jamás a recibirla sin asombro, sin gratitud. Que adoremos con fe, que comulguemos con devoción, que vivamos con coherencia. Que María, mujer eucarística, la que en su vientre le dió Cuerpo y Sangre a Nuestro Señor, nos acompañe y nos enseñe a llevar en el corazón a Jesús, Pan de Vida.

P.d. Comparto una reflexión anterior que puede complementar.

https://pmartinreflexiones.blogspot.com/2022/06/primera-lectura-genesis-14-18-20-salmo.html?m=1


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