DOMINGO DE RESURRECCIÓN - CICLO C

Primera lectura: Hechos de los apóstoles 10, 34a. 37-43; Salmo 117, 1- 2. 16ab-17. 22-23 (R.: 24); Segunda lectura: Colosenses 3, 1-4; Evangelio: (Matutina) Juan 20, 1-9; (Vespertina) Lucas 24, 13-35



¡Feliz Pascua de Resurrección!

Hoy la Iglesia se llena de alegría al contemplar el paso de la muerte a la vida, al ver como la muerte ha sido destruida con la Resurrección de nuestro Salvador.

Durante estos días hemos contemplado el infinito amor de Jesús que nos sustituye en los suplicios que nosotros merecemos por nuestros pecados. Él ha subido al leño de la Cruz y ha pagado la deuda que la humanidad ha contraído con Dios al transgredir su voluntad desde el inicio de la humanidad con nuestros primeros padres.

Solo Cristo ha podido pagar esa deuda infinita que le debíamos a Dios. Gracias a su sacrificio nosotros somos hijos en el Hijo, somos hijos de un mismo Padre, hemos recobrado la amistad que habíamos perdido por el pecado.

Por eso, con gran alegría, decimos en la primera oración de la misa del día que «vencida a la muerte, nos has abierto las puertas de la eternidad».

Con Pedro podemos decir «Nosotros somos testigos». No vivimos de algo que nos han contado, hemos hecho este itinerario desde el Domingo de Ramos hasta la Vigilia Pascual llegando al día de la Resurrección. Podemos dar testimonio de la entrega generosa de Jesucristo por toda la humanidad, no por una masa si no por todos nosotros de modo personal, singular y exclusivo. Somos testigos que en la Cruz lo ha dado todo por amor a cada uno de nosotros.

Durante este tiempo de pascua también seremos testigos de las múltiples apariciones de Jesús. Así como fue apareciendo progresivamente a sus discípulos, a los grupos más grandes y a tantos otros, así también nosotros seremos testigos de su presencia en medio de nuestra comunidad y de nuestros hermanos, se hará el encontradizo en diversas situaciones en donde tendremos que mirar con fe su presencia.

Para dar testimonio tenemos que habernos convertido. Los esfuerzos cuaresmales, la penitencia y los sacrificios que se han realizado tienen que haber provocado en nosotros un cambio de vida para hacer reflejo nítido del Cristo que vive en nuestro corazón, para decir con el apóstol «Vivo yo pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí». Por eso, en la oración post comunión le pedimos a Dios que proteja a su Iglesia «renovada por los sacramentos pascuales». Hemos experimentado esa transformación que nos trae la Pascua.

Como la Magdalena vayamos a anunciar a nuestros hermanos que Cristo ha resucitado. No puede ser un mensaje intimista, no puede ser una experiencia privada, tiene que ser una experiencia de hacernos peregrinos de esperanza en el mundo que no conoce la Resurrección de Cristo. Tenemos que llevar el mensaje de la Resurrección a todos los hombres en todos los rincones que podamos llegar imitando a María Magdalena.

Demos testimonio de esas vendas y esos lienzos doblados en el sepulcro. Que entremos con Pedro y Juan a ese recinto en donde se ha dado el acontecimiento más importante de la historia. Que nos descalcemos ante el misterio de la Resurrección.

Que nos dejemos encontrar por Cristo caminando hacia el Emaús de la vida cotidiana. Que escuchemos su palabra y nos arda el corazón. Que lo reconozcamos cuando parte el pan en cada Eucaristía en la que podemos participar. Que le digamos como estos dos amigos que iban por el camino «Quédate con nosotros, Señor».

Cristo ha resucitado para demostrarnos que Él tiene poder sobre toda la realidad creada, que incluso hasta la muerte tiene solución, que él es el primogénito y el primero de los resucitados. Nosotros, confesando nuestra fe, le decimos al Señor que creemos en la resurrección de la carne y en la vida eterna.

Que el Señor nos bendiga en este tiempo de pascua y nos llene de la alegría que trae la Resurrección.

¡Verdaderamente ha resucitado!

P. Martín

Pd. Comparto una reflexión anterior para complementar.

https://pmartinreflexiones.blogspot.com/2022/04/pascua-de-resurreccion-ciclo-c.html

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