PASCUA DE RESURRECCIÓN - CICLO C

 


Celebramos la Resurrección de Jesús. «Si Cristo no hubiera resucitado, vana sería nuestra fe» (1Co 15,14). En este gran acontecimiento excepcional se cimientan nuestras convicciones como creyentes. Somos lo que somos porque Cristo ha resucitado. ¡Aleluya!

El papa Francisco nos indicaba en el 2013: «Y he aquí dos hombres con vestidos resplandecientes, que dicen: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado” (Lc 24,5-6). Lo que era un simple gesto, algo hecho ciertamente por amor – el ir al sepulcro –, ahora se transforma en acontecimiento, en un evento que cambia verdaderamente la vida. Ya nada es como antes, no solo en la vida de aquellas mujeres, sino también en nuestra vida y en nuestra historia de la humanidad. Jesús no está muerto, ha resucitado, es el Viviente».

Cristo ha resucitado porque quiere recibir amor de cada uno de nosotros. Cristo ha resucitado para demostrarnos que la muerte no tiene la última palabra. Cristo ha resucitado para mostrarnos la meta a la que está llamada la humanidad entera. La resurrección de Cristo es el acontecimiento más grande del amor de Dios.

Elevar un pensamiento sobre la Resurrección no es una tarea sencilla, incluso para los más cercanos a Jesús. Frente a este misterio solo resta ponernos de rodillas, contemplar y esperar ese gran momento final. Puesto que, como señala san Pablo, «en un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados» (1Co 15, 52).

Yo solo quisiera compartirles dos palabras: ¡Ha resucitado! Es lo que podemos decir en este día. No hablamos de alguien que quedó encerrado en la muerte. ¡La vence! ¡Está vivo! Por ese motivo, siguiendo el ejemplo de las mujeres que se acercan al sepulcro vacío, vayamos a todos los hombres cercanos a nosotros y anunciémosles que Cristo ha vencido a la muerte y ha resucitado. De ahí que en el 2017 el papa Francisco nos presentaba: «Y eso es lo que esta noche nos invita a anunciar: el latir del Resucitado, Cristo Vive. Y eso cambió el paso de María Magdalena y la otra María, eso es lo que las hace alejarse rápidamente y correr a dar la noticia» (cf. Mt 28,8).

Junto al anuncio está el encuentro. También el papa Francisco comentaba al respecto en el 2017: «Eso es lo que las hace volver sobre sus pasos y sobre sus miradas. Vuelven a la ciudad a encontrarse con los otros». A lo largo de la octava de la Pascua veremos cómo Jesús se encuentra de diversas maneras con sus discípulos: con María Magdalena, con Pedro y Juan, con los 11 reunidos en el cenáculo, con los de Emaús, con Tomás el incrédulo. Y hoy ese Cristo vivo se hace el encontradizo en medio de este ambiente oscuro, donde la mayoría vive entre la tiniebla del pecado. Jesús viene a encontrarse bajo el velo de los signos, Él sigue queriendo tener un encuentro corazón a corazón, conmigo y contigo.

La fe no sirve para ensimismarnos, todo lo contrario. La fe es para proclamar, para entregar, para guiar a varones y mujeres hacia Jesús. ¡Seamos apóstoles en medio de este mundo indiferente a Cristo! Como exponía el papa Francisco en el 2017: «Vayamos a anunciar, a compartir, a descubrir que es cierto: el Señor está Vivo. Vivo y queriendo resucitar en tantos rostros que han sepultado la esperanza, que han sepultado los sueños, que han sepultado la dignidad. Y si no somos capaces de dejar que el Espíritu nos conduzca por este camino, entonces no somos cristianos».

Fe, esperanza y caridad son virtudes que alumbran a quien reconoce el sacrificio y la gloria de Cristo... Que la Pascua del Señor sea incentivo para renovar, con Él y como Él, todas las cosas en nuestras vidas. Mantengámonos confiados en su promesa y encaminémonos así hacia la Nueva Jerusalén, donde Él vive y reina, por los siglos de los siglos.

¡Feliz Pascua de Resurrección!

P. Martín

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