DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO B
Primera lectura: Sabiduría
7, 7-11; Salmo 89, 12-13.14-15. 16-17 (R.: 14); Segunda lectura: Hebreos 4,
12-13; Evangelio: Marcos 10, 17-30.
La segunda lectura de la misa de este domingo nos recuerda cuán importante
es la Palabra que viene de Dios. Algunas veces necesitamos un consejo, una
palabra de aliento, una luz en medio de la oscuridad, saber qué es lo que Dios
quiere de mí, y nos ofrece su Palabra como un mensaje que nos llevará a
conseguir nuestro fin último: la felicidad y la vida eterna. En ese sentido, debemos
escuchar humildemente la Palabra que viene de Dios no solo como un texto o una
voz que simplemente suena, sino como el mejor mensaje que puedo recibir.
Con ello, dice la lectura que la Palabra de Dios es «viva y eficaz». Escuchar
la Palabra y dejarnos interpelar por ella es un acto de amor a Jesús, la
Palabra hecha carne: «El que me ama, guardará mi palabra» (Jn 14, 23). Y por
ello, como vemos en el Evangelio, aparece alguien que quiere preguntarle algo
muy profundo a Jesús y quiere escuchar una palabra que le de vida y que toque
lo más profundo de su ser.
Alguien le pregunta a Jesús: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida
eterna?». Pregunta de una gran profundidad existencial. Quiere recibir una vida
que no se acaba, perpetua, que participa de algo que solo Dios posee: la eternidad.
El ser humano sabe en lo profundo de su ser que no está llamado sólo a lo temporal
o pasajero, está llamado a trascender e ir a cosas grandes; la eternidad no es
ajeno a esto.
La respuesta que le da Jesús es la de vivir los mandamientos relativos al
prójimo. Nada fácil de cumplir si no tenemos el amor de Dios. Por esa razón
cuán importante es estar unidos a Dios. Sin su amor dejamos que aniden en
nuestro corazón actitudes, comportamientos y formas de ser alejadas del verdadero
amor. La respuesta del que lo buscó quedó muy bien: «Maestro, todo eso lo he
cumplido desde mi juventud». Maravilloso. Hasta ese momento todo bien.
La descripción que hace el evangelista a continuación es impresionante: «Se
quedó mirándolo, lo amó y le dijo…». Jesús nos ama y espera que correspondamos
a su amor para poner por obra lo que nos pide para ser felices. Sí: amor a Dios
y amor al prójimo es el secreto para alcanzar la vida eterna.
Pero le dice algo más: «Una cosa te falta anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el
cielo, y luego ven y sígueme». Muchas veces no amamos a Dios sobre todas las
cosas y a los demás como a nosotros mismos porque estamos aferrados a algo. En muchos
espacios de la sociedad y del mundo las relaciones interpersonales están
marcadas por el interés por algo o alguien. Algunos piensan que uno vale por lo
que cuesta materialmente. Sólo el hombre libre puede alcanzar la vida eterna.
La reacción de la persona fue el enojo porque era muy rico. No se puede
servir a dos señores: a Dios y al dinero (Cf. Mt 6, 24). Cuando hay otros
valores por encima de Dios y de sus principios, todo cae, se degrada, entramos
en la cultura del descarte y se impide la libertad para seguir a Dios.
El personaje del evangelio quiere la vida eterna, una vida donde no haya
tristeza ni sufrimiento, donde no haya fatiga ni cansancio, una vida donde no
hay lo que se encuentra en este valle de lágrimas. El secreto es estar unidos a
Dios. Por eso, Jesús, ya con sus más íntimos, dirá cuando le preguntan quién
puede salvarse: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede
todo». La salvación y la vida eterna, la felicidad del ser humano, viene de Él.
A más unidos a Dios será más fácil encontrar ese camino.
Buen domingo en la presencia del Señor. Vivamos bien este mes del Señor de
los Milagros.
P. Martín
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