DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

Primera lectura: Ezequiel 18, 25-28; Salmo 24, 4bc-5.6-7.8-9; Segunda lectura: Filipenses 2, 1-11; Evangelio Mateo 21, 28-32.

EL MISTERIO DE LA LIBERTAD


Cuando uno medita la segunda lectura y lee que la Segunda Persona de la Santísima Trinidad (=Jesús) dejó el Cielo (no el atmosférico, sino la morada-lugar de Dios), viene a la tierra y además venga para sufrir, uno se puede preguntar: ¿Era justo que hiciera eso? La respuesta para nosotros es ¡no!, pero aun así Jesús, que es Dios, no teme en "ensuciarse los zapatos", perder esa dignidad y majestad que tiene en el cielo y venir al mundo a rescatar a los hombres incluso a costa del sufrimiento. 

Hay que ir más al fondo ¿Por qué lo hace? ¿Por qué viene al mundo? la respuesta de nosotros puede variar, pero la respuesta de Jesús es el Amor. Dios, que es amor, viene a nosotros para darnos amor y llevarnos al amor. Mirado desde el amor se entiende el sacrificio de Jesús y nos llevará a decir con el apóstol: "Jesucristo es Señor!

En el evangelio vemos la "Parábola de los dos hijos": en resumen, un hijo dice que no quiere hacer lo que le mandan pero se arrepiente y lo hace y el otro hijo dice que hará lo que le piden pero no lo hace. Jesús viene a rescatar a los pecadores, a aquellos que se arrepienten, a los que tienen necesidad de Él, a los que no se dejan engañar por su autosuficiencia. La autosuficiencia y pensar que la salvación es un logro personal y voluntario cierra la puerta a la misericordia infinita de Dios.

En la primera lectura vemos como cada uno muere según la decisión que toma: el justo que no hace lo que debía de hacer como injusto y el malvado que se arrepiente como salvado. Arrepentimiento, conversión y humildad es lo que necesitamos para volver a empezar.

Es el amor de Dios el que lo mueve a agotar los medios para que se salve, pero finalmente es el mismo hombre el que decide qué camino seguir, es el misterio de la libertad. A veces podemos ser como el segundo hijo del evangelio: sabemos qué tenemos que hacer, incluso nos comprometemos a ello, pero nos negamos a hacerlo. Seamos como primer hijo del evangelio que se arrepiente de su mala decisión, como ese malvado que se arrepiente y encuentra su salvación. Que esto suscite en nosotros amor a Dios, que tengamos los sentimientos de Cristo, como dice la segunda lectura, y no hagamos un lado todo el esfuerzo infinito que hace para que seamos salvados y encontremos la vida eterna.

¡Buen Domingo en la presencia de Dios!

P. Martín

Comentarios

  1. Amén, amén, amén, gracias padre, por compartir esta reflexión, Dios lo bendiga siempre

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