SOLEMNIDAD DEL NACIMIENTO DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Hoy celebramos el día de Navidad. No es un día cualquiera, es el día en que celebramos liturgicamente que Jesús se hizo hombre y trae la salvación para todos los hombres. Pensar en esto desborda todas las expectativas que la humanidad puede hacerse sobre sí misma. Pensar en la redención es algo infinito y espectacular, algo grande y sin medida. Es un don y no un derecho.
Para entrar en este misterio de salvación, que llega a nosotros por la encarnación de la segunda persona de la Santísima Trinidad, ante todo debemos entrar en él por de la virtud de la fe. Cuántas personas no entienden este misterio precisamente porque no creen en el Dios verdadero, esperan un Dios bajo categorías humanas, manejable y controlado, que debe estar sujeto a lo que el hombre quiere y no exigir nada. Precisamente la fe es la que nos ayudará a entender este misterio de salvación. Podemos leer en los evangelios que la fe es la que motiva a María a aceptar ser parte de este gran misterio de la salvación, es la fe la que lleva José a poner en práctica todo lo que el Ángel le iba indicando, es la fe lo que mueve a los pastores a ponerse a los pies de Jesús recién nacido.

Vivimos en un mundo de tinieblas y esas tinieblas no quieren aceptar la luz de Jesucristo precisamente porque le falta fe. Los cristianos, ante este nacimiento de Jesús, estamos llamados a testimoniar con la fe que Él ha venido para habitar entre nosotros, ha venido como un don infinito de Dios y una declaración de amor de Dios para con la humanidad. Hoy en día, que el mundo necesita una luz en medio de las dificultades y de los problemas que a todos nos afectan, viene ese Dios Salvador, ese Dios con nosotros, ese niño indefenso pero grande a salvar a redimir a liberar a curar a perdonar y a reconciliar.

En el evangelio de la misa de hoy, tomado el primer capítulo del Evangelio de San Juan, podemos escuchar como las tinieblas y los suyos rechazan a esa Palabra que ilumina. No podemos negar qué se hacen muchos esfuerzos para callar la voz de Jesús en todas las épocas. ¿Porque? Porque esa palabra exige adhesión a ella, dicho en otras palabras nos pide que la pongamos en práctica. Pero no es “un poner por poner”, sino que el poner en práctica esa palabra nos va transformando en Jesús. Podríamos decir que esa Palabra tiene la capacidad de irnos cristificando en la medida que la vayamos poniendo en práctica. De ahí que podríamos decir que en la medida que escuchemos la Palabra y la pongamos en obra se va realizando en nosotros esa elevación de nuestra naturaleza a tal punto que Gracias a Jesucristo nos vamos haciendo como Él.

En la segunda lectura de hoy escuchamos cómo Dios nos viene hablando de diversas maneras a lo largo de toda la historia y que en la plenitud de los tiempos nos habla a través de Jesucristo. Ojalá que alguna vez tengamos ocasión de meditar no sólo en la palabra sino en los gestos de Jesús y que nos tienen que interpelar de tal manera que oyendo sus palabras vayamos incorporando nuestra existencia y en nuestra vida cotidiana sus gestos, sus miradas, sus pensamientos, sus detalles. Oyendo la Palabra nos vamos haciendo como María la primera que pone en obra esa palabra y la primera que contemplando Jesús se va haciendo como él.

Y en la primera lectura vemos cómo viene Jesús para traer ese mensaje de paz. La paz no es ausencia de conflicto si no es experiencia de equilibrio armónico en las relaciones personales entre todos los hombres. Precisamente cuando escuchamos la palabra, la interiorizamos y la ponemos en obra es ahí cuando en el mundo reina la Paz. Y podemos darnos cuenta que donde no hay la palabra de Dios, donde no hay la presencia de Jesús, donde estamos preocupados por lo temporal, por lo que yo quiero, por mis egoísmos, es allí donde reinan las tinieblas y hay una situación de tensión que no es favorable para la experiencia de la Paz.

Queridos hermanos, la Palabra de Jesús es transformadora y liberadora. Nos transforma en Él y nos libera del poder del mal. Muchas veces buscamos ayuda para nosotros mismos o para otras personas para que puedan encontrar paz y equilibrio interior, todo eso nos lo trae Jesucristo que viene a nosotros como un niño indefenso, frágil, humilde, pero poderoso. Que esta Navidad sea para todos nosotros esa ocasión de reencontrar nuestra identidad cristiana, fundamentada en la encarnación del verbo, y prolongar es encarnación en cada una de las obras que pongamos en práctica.

Quisiera terminar diciendo qué esa Encarnación y ese Nacimiento de Jesús no es algo que ha quedado encerrado en el pasado. Gracias a esa virtud que posee la liturgia y a la acción del Espíritu Santo estamos en Belén con María, con José, con los pastores, con los Ángeles, con los animalitos que están en el pesebre, con aquellos magos que van buscando a ese Niño que trae la salvación. Por eso qué importante es redescubrir hoy el valor de la liturgia cristiana, herencia de generaciones y generaciones, de muchos años, de muchos siglos, de un par de milenios. Es en la liturgia donde nos encontramos con la presencia real de Jesucristo, es en ella donde encontramos ese cuerpo de Jesús, es en ella en donde celebramos esa fe de la que hablaba al inicio. Que no menospreciemos el valor de la liturgia, al contrario qué, contemplando la encarnación y el nacimiento de Jesús, sea una oportunidad de redescubrir su belleza y su valor para nuestro alimento de la fe.

¡Que sigan pasando una feliz y santa Navidad!

P. Martín

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