TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

 Primera lectura: Isaías 61, 1-2a. 10-11; Salmo Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54; Segunda lectura: 1Tesalonicenses 5, 16-24; Evangelio: Juan 1,6-8. 19-28.

DOMINGO DE LA ALEGRIA


Hoy es el domingo de la alegría, llamado de “gaudete”, por las primeras palabras de la antífona de entrada de la misa, tomada del capítulo 4 de la carta a los filipenses. Además hay una peculiaridad litúrgica: se pueden utilizar ornamentos rosas y se puede adornar un poco más la liturgia de este día.

La historia de esta peculiaridad radica en la antigua liturgia papal. En este día el papa celebraba la misa en la basílica de San Pedro y se hacía toda una liturgia en honor al papa bastante festiva. Y para hacer notar que estamos festivos pero que no se ha roto el adviento se utiliza este color neutral para las celebraciones.

Una actitud espiritual muy marcada en este día es la alegría, y qué bueno que se nos insista en ello porque, con pandemia o sin ella, lamentablemente más que preparar la fiesta de Jesús más bien gana el consumismo y un jolgorio desabrido que nada tiene que ver con el dueño del Santo. Nuestra alegría, la alegría cristiana, viene de la conciencia de que “El Señor está cerca”, como dice la antífona de entrada, y de ser ungidos del Espíritu de Dios.

En la oración colecta hay una petición especial: llegar a la navidad con la alegría de tan gran acontecimiento. La segunda lectura también nos hace una exhortación a vivir alegres. La alegría cristiana no viene de las cosas accesorias, sino de la posesión de Cristo en todo mi ser. Esa alegría santifica, me cristifica, me diviniza. 

Por ello debemos prepararnos para las fiestas de Navidad y para la segunda venida de Cristo con cambio de vida, con conversión, con una buena confesión. Así llegaremos a esa alegría duradera, permanente, distinta; no como la “alegría” del mundo que se enfoca más en los festejos, en las cosas materiales, etc. Si vivimos inundados del Espíritu Santo nuestra alegría será distinta.
En la primera lectura hemos escuchado de Isaías otro trozo del libro de la consolación. Este pasaje del capítulo 61 de Isaías lo vemos luego aplicándoselo a sí mismo a Jesús en el capítulo 4 de san Lucas. Se habla en esta lectura de la unción. El ungido (en hebreo: Mesías) tiene una misión: anunciar la Buena Noticia (en griego: evangelio) y como consecuencia el curar y el liberar. ¿Cuánto tiene que curar y liberar el Mesías en nuestras vidas?

Si le dejamos cumplir su misión en nuestra vida llegaremos a vestirnos con el traje de salvación del que habla también la lectura. Es curiosa la imagen: a uno se le identifica con el vestido que lleva, pues al Mesías lo identificamos con el traje de la salvación.

En el evangelio vemos como protagonista a Juan el Bautista, el precursor. Él sabe perfectamente quién es Jesús, además que eran parientes. Él no se arroga la misión del Mesías, que también la conoce bien. Le preguntan “¿Quién eres?” no porque no lo conozcan sino porque obrar son santa libertad y era más efectivo que las instituciones religiosas dela época. El Bautista reconoce que no es ni el profeta, ni el nuevo Elías que prepara la instauración del Reino de Dios, ni mucho menos el Mesías. Su misión es ser la voz que grita en el desierto, el que invita a allanar el camino al Señor.  Es el que va a preparar los corazones para acoger al Salvador y de testimonio de Él.

¿Cómo prepararnos en este tiempo? 1) Con conversión, escuchando el grito del Bautista. Cuando uno grita es para que escuchemos más fuerte y con más claridad. 2) Prepararnos para dar testimonio de Jesús.

Que no nos absorban las cosas accesorias y preparemos nuestros corazones para la llegada del Salvador.

¡Buen Domingo en la presencia del Señor!

P. Martín


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