QUINTO DOMINGO DE PASCUA - CICLO B
Primera lectura: Hechos de los Apóstoles 9, 26- 31; Salmo 21, 26b - 27. 28. 30. 31- 31; Segunda lectura: 1Juan 3, 18 - 24; Evangelio: Juan 15; 1- 8.
PERMANECER EN JESÚS
Quisiera iniciar esta reflexión dominical comentando algunos detalles de la oración colecta (la primera oración) de la misa de este día.
En primer lugar nos muestra que Dios tiene la iniciativa de redimirnos (=perdonarnos los pecados) y de hacernos hijos suyos (adopción filial). Por eso le pedimos que nos mire con amor de Padre (=que nos mire como a su Hijo Jesús). Y que a los que creemos en Jesús nos conceda por la fe alcanzar la libertad verdadera (=santidad) y la herencia eterna (= llegar al cielo). En el fondo le estamos pidiendo una profunda transformación al punto que, por la gracia y nuestra conducta, podamos parecernos lo más posible a Jesucristo y así llegar a donde está Él, el cielo. Esto es muy importante, por que la meta del cristiano no es su realización en el mundo, sino llegar a la vida plena en el cielo en la medida que nos hayamos identificado con Jesús.
En la segunda lectura y en el Evangelio hay dos temas muy parecidos: permanecer en Jesús y estar unidos con Jesús.
Uno permanece en Jesús, ante todo, guardando sus mandamientos. Ya lo dice la segunda lectura: el que guarda sus mandamientos permanece en Dios y Dios en él. Implícitamente está aludiendo a la inhabitación trinitaria. En la medida que conservo la gracia de Dios en mi interior, en mi alma, posibilito que Dios esté en mí y yo me voy sumergiendo en Él. Dios, en la parte espiritual de nuestro ser humano, quiere hacer morada en nosotros, unirse a nosotros, no solo como un Dios lejano, sino que se involucra con nosotros hasta en lo más íntimo y profundo de nuestro ser. Pero para asegurar esta permanencia debo prepararme interiormente con la observancia de los mandamientos que nos asegura que estoy limpio para gozar de su presencia. Un alma limpia es un buen espacio para Dios.
Esto también implica permanecer en sus palabra. Jesús es el Verbo, la Palabra, aquel que ha oído al Padre todo lo que quiere decirnos a nosotros. Pues, permaneciendo en su Palabra nosotros permanecemos en Él, intuimos su voluntad, nos lleva a pedir y recibiremos. En la medida que vayamos profundizando y conociendo la Palabra de Jesús vamos encontrando la verdad de nuestra existencia y nuestro fin en este mundo: el amor.
Permanecer en Jesús nos lleva al amar con verdad y obras, no solo de palabras y con la boca. Muchos hablan de amar, pero no conocen dónde esta el amor. Pienso, incluso, que hoy en día se conoce más una visión distorsionada del amor que al Amor verdadero. El amor compromete, exige, me mueve a darme y dar a los demás. El amor sabe darlo todo. El que no ama actúa instintivamente, por inercia, y de ahí que se deje llevar por donde va "la mayoría". El amor nos pone en el corazón traspasado de Jesús y nos tiene que ir motivando a amar como Él nos ama: "Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único".
Permanecer en Jesús nos lleva a estar unidos con Él. Él es la vid y nosotros sus sarmientos. Esta bella imagen nos remite a esa unión íntima y profunda de la que ya hablaba anteriormente. Es una unión casi consanguínea. En la medida que estemos unidos a Jesús daremos fruto y fruto abundante. El que no da fruto más bien es arrancado y quemado. Pues, también existe la posibilidad que nuestra esterilidad espiritual nos lleve a la condenación. No olvidemos que para la condenación no hace falta cometer grandes pecados, a veces cosas insignificantes como la indiferencia, el insulto o un simple pensamiento malicioso nos puede poner en peligro. El que está unido a Jesús, por esa unión transformativa, lo único que puede es dar fruto, ya que comparte hasta lo mas íntimo y profundo con Jesús. De Jesús no sale nada malo y si estamos unidos con Él podremos vivir poniendo en practica lo que aprendemos de Él.
Esto ultimo lo podemos ver en la primera lectura. En la primera parte vemos como Pablo quería compenetrarse en la comunidad, pero todavía existía el prejuicio por su pasado. Ya no es "Saulo", el hombre viejo que perseguía cristianos o aprobaba sus matanzas, sino es "Pablo", un hombre nuevo, el hombre que se encontró con Jesús camino de Damasco y que cambió su vida. La vida de Pablo con Jesús ya es totalmente distinta: lo anunciaba, predicaba e incluso discutía por aquel que antes perseguía. Y en un nivel más grande tenemos la Iglesia: progresaba en fidelidad al Señor y se multiplicaba animada en el Espíritu Santo. En la medida que poseemos a Jesús y al Espíritu Santo seremos más fecundos, si estamos lejos de ellos seremos estériles, como los sarmientos que serán arrancados y quemados.
Los sarmientos estamos unidos a la vid y el Padre es el labrador. La Iglesia es la esposa unida al esposo, la familia de los hijos en el Hijo, Esa comunidad que va peregrinando por el mundo caminando hacia el cielo.
Que este domingo nos motivemos a estar cada vez más unidos a Jesús.
¡Buen domingo y a seguirse cuidando!
P. Martín
Muy agradecida Padre por esta gran enseñanza que me ayuda a crecer espiritualmente.
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