DECIMO OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO B
Primera lectura: Éxodo 16, 2 -4. 12 - 15; Salmo 77, 3. 4bc. 23 - 24. 25. 54; Segunda lectura: Efesios 4, 17. 20 - 24; Evangelio: Juan 6, 24 - 35.
En la segunda lectura se nos invita a andar no como los gentiles, sino como los que han conocido a Dios, los que han aprendido a Cristo. Esto compagina muy bien con la actitud de los murmuradores de la primera lectura. Nosotros podemos caer fácilmente en las actitudes negativas e irnos alejando de Dios y su voluntad y ya no debemos hacer eso. Debemos despojarnos del hombre viejo, del hombre que estaba en Egipto, esclavo de otros, sin libertad. Sólo el hombre nuevo, el que conoce a Cristo puede comer ese pan de la libertad, ese pan bajado del cielo. Cristo nos renueva la mente y el corazón y nos hace abandonar todas aquellas actitudes y experiencias negativas que nos hacen daño. Tenemos que asumir la nueva condición humana: justicia y santidad verdaderas, hacernos según el modelo de Cristo.
Como decía, muchas veces nos identificamos con el hombre viejo, el hombre que murmura, el hombre que vive en Egipto, esclavizado en el pecado. Dios quiere que vivamos en santidad, en justicia, en libertad. El secreto está en cumplir su voluntad en cada momento. Esto no lo debemos racionalizar mucho, por que se quedaría en el terreno de lo "meramente" intelectual, debemos llevarlo a las cosas concretas del día a día. Llegar a esta experiencia solo lo pueden lograr los hijos de Dios, los bautizados, los discípulos de Cristo. Dejemos el anterior modo de vivir y vivamos en el nuevo modo de los hijos en el Hijo.
En el evangelio Jesús hace un reproche que también puede hacernos a nosotros: ¿Por qué lo seguimos? ¿Por el beneficio o por Él? Muchas veces lo que esperamos de Jesús son las cosas bonitas y rehuimos los momentos de cruz y sacrificio. También nos puede decir a nosotros que lo seguimos por que nos saciamos de Él y no por que hemos encontrado el sentido de seguirle. Queremos la multiplicación de los panes pero no queremos lo que ello encierra. Jesús nos invita a trabajar por el alimento que no se termina, por llegar a "la panadería", por alcanzar la vida eterna. Jesús quiere que creamos en Él, en su mensaje, en su Palabra. Espera que correspondamos a su amor y su bondad.
En el interior de nuestro corazón hay un deseo de obrar bien pero que muchas veces se ve empeñado por la contaminación de las malas cosas que hay en el ambiente. Tenemos que tener un alma limpia y libre para que podamos comer el verdadero pan del cielo que nos sacia en todo sentido. El que ha conocido a Jesús y lo recibe sabe que no nada ni nadie que pueda saciarnos como Él lo hace, y cuan infinitamente más cuando lleguemos al cielo. El verdadero Pan de cielo, el verdadero maná, sacia el interior del hombre, ya no pasará hambre, Él mismo se nos da.
Muchas veces creemos si vemos. Aquí, si creemos en Él veremos sus signos entre nosotros.
Buen domingo en la presencia del Señor y a seguirse cuidando.
P. Martín
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