DECIMO OCTAVO DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO B

Primera lectura: Éxodo 16, 2 -4. 12 - 15; Salmo 77, 3. 4bc. 23 - 24. 25. 54; Segunda lectura: Efesios 4, 17. 20 - 24; Evangelio: Juan 6, 24 - 35.


En la primera lectura vemos de entrada la murmuración. A veces entre nosotros se asume como muy normal hablar a las espaldas de alguien o quejarnos por las circunstancias que nos rodean. La murmuración no es más que un veneno que se va inoculando y que podría traer graves consecuencias. Aquí vemos que murmuran contra Moisés y Aaron, los elegidos de Dios para guiar a los israelitas a la tierra prometida. La queja no es solo de algunos sino de todos, lo cual indica que el pueblo ya está envenenado por el mal. Eso también nos refleja, por que en los momentos difíciles buscamos culpables, a quién responsabilizar por nuestro destino, necesitamos de alguien que sea el causante de lo que nos pasa. Por otro lado, vemos en esta lectura la fidelidad de Dios en medio de la queja. Junto con el agua de la fuente de Meribá, las codornices, el maná constituye el alimento milagroso de Dios. Este "pan" del cielo lo da Dios para saciar a los murmuradores. Es interesante ver cómo Dios es generoso y fiel con el pueblo que está "mirando atrás" y les da más de lo suficiente para mostrar su gloria. 

En la segunda lectura se nos invita a andar no como los gentiles, sino como los que han conocido a Dios, los que han aprendido a Cristo. Esto compagina muy bien con la actitud de los murmuradores de la primera lectura. Nosotros podemos caer fácilmente en las actitudes negativas e irnos alejando de Dios y su voluntad y ya no debemos hacer eso. Debemos despojarnos del hombre viejo, del hombre que estaba en Egipto, esclavo de otros, sin libertad. Sólo el hombre nuevo, el que conoce a Cristo puede comer ese pan de la libertad, ese pan bajado del cielo. Cristo nos renueva la mente y el corazón y nos hace abandonar todas aquellas actitudes y experiencias negativas que nos hacen daño. Tenemos que asumir la nueva condición humana: justicia y santidad verdaderas, hacernos según el modelo de Cristo.

Como decía, muchas veces nos identificamos con el hombre viejo, el hombre que murmura, el hombre que vive en Egipto, esclavizado en el pecado. Dios quiere que vivamos en santidad, en justicia, en libertad. El secreto está en cumplir su voluntad en cada momento. Esto no lo debemos racionalizar mucho, por que se quedaría en el terreno de lo "meramente" intelectual, debemos llevarlo a las cosas concretas del día a día. Llegar a esta experiencia solo lo pueden lograr los hijos de Dios, los bautizados, los discípulos de Cristo. Dejemos el anterior modo de vivir y vivamos en el nuevo modo de los hijos en el Hijo.

En el evangelio Jesús hace un reproche que también puede hacernos a nosotros: ¿Por qué lo seguimos? ¿Por el beneficio o por Él? Muchas veces lo que esperamos de Jesús son las cosas bonitas y rehuimos los momentos de cruz y sacrificio. También nos puede decir a nosotros que lo seguimos por que nos saciamos de Él y no por que hemos encontrado el sentido de seguirle. Queremos la multiplicación de los panes pero no queremos lo que ello encierra. Jesús nos invita a trabajar por el alimento que no se termina, por llegar a "la panadería", por alcanzar la vida eterna. Jesús quiere que creamos en Él, en su mensaje, en su Palabra. Espera que correspondamos a su amor y su bondad. 

En el interior de nuestro corazón hay un deseo de obrar bien pero que muchas veces se ve empeñado por la contaminación de las malas cosas que hay en el ambiente. Tenemos que tener un alma limpia y libre para que podamos comer el verdadero pan del cielo que nos sacia en todo sentido. El que ha conocido a Jesús y lo recibe sabe que no nada ni nadie que pueda saciarnos como Él lo hace, y cuan infinitamente más cuando lleguemos al cielo. El verdadero Pan de cielo, el verdadero maná, sacia el interior del hombre, ya no pasará hambre, Él mismo se nos da. 

Muchas veces creemos si vemos. Aquí, si creemos en Él veremos sus signos entre nosotros.

Buen domingo en la presencia del Señor y a seguirse cuidando.

P. Martín

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