DOMINGO DECIMO NOVENO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO B

Primera lectura: Éxodo 16, 2- 4. 12 – 15; Salmo 77, 3. 4bc. 23 – 24. 25. 54; Segunda lectura: Efesios 4, 17. 20 – 24; Evangelio: Juan 6, 24 – 35.

En la primera lectura vemos el desaliento físico y moral de Elías. Había sido perseguido por Jezabel al punto que desea la muerte. Se durmió y fue levantado por un ángel y le dijo que comiera el alimento que le ayudará para la prueba. Así, por segunda vez, comió el pan que le daría las fuerzas para cumplir la misión de Señor. Esto lo podemos trasladar a nuestra propia vida: muchas veces tenemos ganas de vivir bien nuestra vida cristiana, vivir los grandes ideales que nos propone, cumplir con los preceptos de Dios y hacer su voluntad, pero muchas veces el mundo, algunas personas o diversas circunstancias nos desalientan, al punto de no querer estar más en este mundo. Hoy podríamos decir que nos deprime. Para eso tenemos el verdadero pan santo, la Eucaristía, que viene a alimentarnos para continuar nuestra misión hasta llegar al monte Horeb. Ese verdadero pan de los ángeles lo recibimos en la comunión sacramental, pero ¿Lo recibo?, y si no lo recibo ¿Cómo me encuentra la dificultad? Lo más probable es que me encuentre débil, me arrolle, me desmoralice y caiga. ¿Cuántas veces hemos necesitado fuerzas y las hemos buscado en otros lados? Insisto, Dios nos da esa fuerza y energía en el verdadero pan de los ángeles: la Eucaristía. 

En la segunda lectura, el apóstol nos indica que no pongamos triste al Espíritu Santo. Muchas veces lo hacemos por que no le conocemos. Es Él quien nos va transformando en Jesús, es el que obra nuestra santificación. ¿Qué tenemos que hacer? Quitar lo malo de nuestra vida, quitar la amargura, la ira, los enfados, los insultos. Ser buenos y comprensivos, perdonándonos. Eso es difícil si nos apoyamos en nosotros mismos, el Espíritu viene en ayuda nuestra, con Jesús todo se puede. San Pablo nos dice “tengan los mismos sentimientos de Cristo” (Flp 2,5), pues debemos vivir en el amor de Cristo como Él nos amó, ser como Él para que podamos acceder al cielo.

En el Evangelio de hoy Jesús se nos muestra como el “Pan bajado del cielo”. Es algo difícil de entender. Lo juzgan y lo califican: “¿No es el hijo de María y José?”. A veces, tenemos una mirada muy humana de Jesús. Hoy también lo podemos ver con ojos muy humanos. Jesús les responde rotundamente: “¡No critiquen!”. También nos lo dice a nosotros: dejemos de tener una mirada mundana y humana de Él, veámoslo con los ojos de la fe. Y con ello, Jesús aprovecha para hablarnos de otra categoría de realidades: 1) Que Él es el enviado del Padre, 2) El que lo recibe resucitará, 3) Él actúa según lo que ha visto del Padre 4) Que Él es el pan de vida, el que lo come no muere, “vivirá para siempre”. El que recibe a Jesús vive, no anda como muerto en vida.

¿Cómo recibo a Jesús? ¿Con un alma limpia luego de una confesión bien hecha y con arrepentimiento sincero? Dejémonos enseñar por Dios, Él se nos muestra glorioso y salvador en el Sacramento sencillo del Pan. No pongamos obstáculos, pretextos ni resistencias para recibirle. Si quiero vivir de verdad, acojamos al verdadero Pan del cielo, el Pan de los ángeles que viene a darnos vida.

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