PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

Primera lectura: Deuteronomio 26, 4 - 10; Salmo 90, 1 -2. 10 - 11. 12 - 13. 14 - 15; Segunda lectura: Romanos 10, 8 - 13; Evangelio: 4, 1 - 13


Estamos en el primer domingo de la cuaresma. Es un tiempo de gracia y de preparación a la Semana Santa, a la Pascua y al don del Espíritu Santo en Pentecostés. Reducir la cuaresma a la preparación para la Semana Santa es, de alguna manera, “cortarle alas” a todo lo que nos puede dar este tiempo litúrgico. Además, es tiempo de conversión, de cambio, de renovación (volverse nuevo). Para esto necesitamos fe y esperanza. Algunos santos nos han recordado que uno recibe en la medida que desea, deseemos mucho para que recibamos mucho y lo recibamos bien. Este tiempo es de retarnos a acoger la gracia.

La cuaresma está relacionada con el número 40 bíblico. Hoy lo vemos en el evangelio: Jesús, impulsado por el Espíritu, va 40 días al desierto, no come (= ayuna) y es tentado. El Espíritu es ese actor silencioso que está detrás de los momentos más intensos de la Escritura; va por 40 días como el pueblo escogido hizo su camino durante 40 años hasta llegar a la tierra prometida; y no come: algo tan legitimo y normal para subsistir. Veamos algunos detalles de las lecturas.

En la primera lectura hemos leído cómo Yavhé hace un recuento del Éxodo. El pueblo judío sale de su tierra, va hacia Egipto, esta sometido a ellos por 400 años y luego salen camino a la tierra prometida. Uno puede preguntarse y para qué se hizo todo esto: para no contaminarse del modo de vida pagana y descreída de los pueblos de alrededor. Dios los llevó fuera de su patria para mantener su fidelidad. También muchas veces somos sacados de nuestras seguridades para hacer un camino hacia nuestra propia salvación. En la vida hay momentos duros y complicados, hay circunstancias que nos pueden ahogar, pero llega la luz al final del túnel y vemos como todo se va poniendo en su sitio. Algo así pasó el pueblo judío para llegar a la tierra prometida, hizo un largo camino y caminó durante 40 años.

En el evangelio vemos que Cristo esclarece el sentido de nuestro camino por el desierto. Él nos enseña por dónde y cómo debemos ir.

Jesús, pasa por tres tentaciones: la primera la de convertir una piedra en pan. No le costaría nada, es Dios y hombre, es legitimo si deja de comer y, por último, nadie lo vería. Pero el ir al desierto tenía otro sentido, más profundo. Por ello, Jesús le responde con la Palabra de Dios tomada de Deuteronomio 8,3: “No solo de pan vive el hombre”.

En la segunda tentación, lo lleva a lo alto y le muestra todos los poderes del mundo. Yo me pongo a pensar en las otras muchas veces que Jesús sube al monte a enseñar con autoridad distinta a la de los hombres. El demonio, atrevido, le pide que se postre. La postración es un gesto ritual, quiere que le rinda culto. Y Jesús le responde nuevamente con la Palabra, también de Deuteronomio 6,13: “Al Señor, tu Dios, adorarás y a él solo darás culto”. A veces el poder se puede convertir en una religión y algunos la pueden defender hasta con la propia vida. El poder está para servir, no para servirse.

En la tercera tentación vemos que el demonio se pone más atento, y lo tienta para que se lance del alero del templo y para ello usa una frase del salmo 91, 11-12. No es un salmo mesiánico, sino un salmo de protección. Jesús le contesta nuevamente con la Palabra de Dios tomada de Deuteronomio 6, 16: “No tentarás al Señor tu Dios”. En algunas circunstancias también nosotros nos ponemos en situaciones temerarias y jugamos a ver si Dios nos protege.

No quisiera dejar pasar un detalle: Jesús vence las tentaciones recurriendo a la Palabra de Dios. Que también nosotros la tengamos como un arma poderosa para vencer el poder del mal.

Jesús va al desierto, lugar de lucha, de muerte, de silencio. Viene a mi mente esta famosa frase de Gaudium et Spes 22: “Realmente el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado”. Es interesante, porque detrás de las tentaciones de Jesús podemos vernos a nosotros mismos como somos tentados en el desierto del mundo del cada día. Muchas veces vamos a tener que luchas contra las tentaciones del maligno y sus sugerencias que nos nacen daño.

Finalmente, en la segunda lectura, se nos habla de profesar la fe en Jesús. Creer en el no es como quien cree en una idea, va más allá. El papa Benedicto XVI nos recordaba en su encíclica Deus caritas est 1: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.”. Ese encuentro con Cristo me lleva a creer en Él y a confiar en su salvación.

Tengan un buen domingo, sigamos con los cuidados y vivamos bien esta cuaresma. El reto es ir con Jesús al desierto. ¿Estamos dispuestos a vivirlo?

P. Martín

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