QUINTO DOMINGO DE CUARESMA - CICLO C
Primera lectura: Isaías 43, 16-21; Salmo 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 (R.: 3); Segunda lectura: Filipenses 3, 8-14; Evangelio: Juan 8, 1-11.
Estamos cada vez más cerca de la Semana Santa, el próximo Domingo de Ramos. Debemos tener presente que el tiempo de Cuaresma guarda también un matiz bautismal, y por ello no debe extrañarnos que en la primera lectura se nos hable del paso por el Mar Rojo y lo que ha supuesto la salida de Egipto. De forma análoga, misteriosamente es lo que acontece en nuestro bautismo.
Se nos recomienda olvidar lo antiguo, renunciar
a nuestra vida pasada, a nuestras esclavitudes, a todo aquello que nos impide
vivir de manera plena. Siendo así, en la Semana Santa (precisamente durante la
noche de Pascua) llevaremos a cabo ese paso por el Mar Rojo: dejaremos el Egipto
de pecado y pasaremos a la Tierra Prometida de gracia y bendición.
En la actualidad progresamos hacia
nuestra Pascua personal; damos el paso de este mundo, rodeado de esclavitudes,
hacia la vida de hombres libres y en gloria de Dios. El motivo de nuestro
camino de conversión será siempre alabar a Dios. Somos el pueblo escogido, ese
pueblo que Dios va formando y que tarde o temprano reconocerá todo lo que Él ha
hecho en cada una de nuestras vidas y por nuestra historia.
Así mismo, ir caminando hacia nuestra Pascua va a provocarnos alegría. «El Señor ha estado grande con nosotros», como dicta el salmo responsorial. No dudamos que la salida de nuestro Egipto será compleja y cargada de muchas renuncias, pero debemos confiar también en que al final será satisfactoria. Poco a poco marcharemos hacia la libertad de los hijos de Dios, nuestro propio éxodo. De ahí que no vivamos sometidos por la ley, sino que descubramos que la gracia de Dios nos dará autonomía y nos encaminará hacia la excelsa vida del Cielo.
Recorriendo
ese camino de conversión debemos concluir como lo hizo san Pablo: luego de
conocer a Jesús todo lo que hubo antes sin Él será reconocido como
insignificante. Sin duda puede ocurrir que nos acostumbremos a vivir en medio
del pecado o de algún vicio. Sin embargo, en la medida que estemos unidos a Él
encontraremos la fuerza para vencer al mal y alcanzar así su bendición, que
consiste en resucitar para darle gloria. Este es el premio que Dios otorga a los
creyentes que cumplen lo que Él sabiamente solicita. Como anotó san Pablo una
vez más: todo esto viene por la fe en el Hijo de Dios, en Cristo. De este modo,
debemos animarnos a vivir la Pascua con Él, transformándonos en hombres nuevos
y resucitados.
Nuestra Pascua va a implicar conversión,
cambio de vida, arrepentimiento sincero. Esto lo podemos ver en el Evangelio, donde
la mujer adúltera es una de las protagonistas. Jesús exhorta con claridad que quien
esté sin pecado puede tirar la primera piedra. Al mismo tiempo, muchas veces
nos ponemos como medida de los demás: juzgamos, conjeturamos, criticamos y pensamos
con suspicacia, pero no nos ponemos en los zapatos del otro ni hacemos lo
posible por entenderlos. En definitiva, es más fácil levantar el dedo acusador
que mirarnos a nosotros mismos.
Como resultado tenemos «el que esté libre de pecado que lance la primera piedra». ¿Qué juicio escribiría Jesús en el suelo?... Más que una sentencia de condenación, deberíamos pensar en un veredicto donde nos otorga perdón, liberación y compasión. Jesús es aquel juez perfecto que no mira con los ojos del hombre, sino con el corazón de la misericordia.
Hoy,
aunque no seamos cómplices de ningún adulterio, muchas veces faltamos a la
voluntad de Dios. Hemos transgredido sus mandatos, hemos dejado de realizar lo
que le agrada y glorifica. Con frecuencia somos como esa mujer adúltera que se presenta
ante Jesús y lo único que espera de Él es una mirada de ternura y misericordia.
¡Jesús no nos condena!, al contrario. Él salda el precio de nuestros pecados en
esa Cruz donde sube voluntariamente por amor. Desde allí da ese gran abrazo de
misericordia a toda la humanidad, y desde todos los tiempos. Frente a ello, el
mínimo agradecimiento que podemos ofrecerle consiste en corresponder fielmente
a su misericordia. ¡Atrevámonos a cumplir con ese amor que nos exige!
Buen
domingo en la presencia del Señor. Sigamos con los cuidados.
P.
Martín
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