SEXTO DOMINGO DE PASCUA - CICLO C

Primera lectura: Hechos de los apóstoles 15, 1-2. 22-29; Salmo 66, 2-3. 5. 6 y 8 (R.: 4); Segunda lectura: Apocalipsis 21, 10-14. 22-23; Evangelio: San Juan 14, 23-29.

Estamos en el sexto domingo de Pascua…. ¡Cómo pasa el tiempo! Dentro de poco Jesús ascenderá al Cielo y será glorificado debido a todo lo que pasó en su Misterio Pascual por amor a los hombres.

En la primera lectura de este domingo vemos brevemente la escena del concilio de Jerusalén. Por un lado, advertimos cuán importante es estar unidos a la Iglesia y a sus pastores. En algunos casos, por diferentes influencias, nos dejamos llevar por opiniones de diverso tipo e, incluso, las aceptamos fácilmente sin discernirlas y mucho menos reflexionar sobre la validez de la opinión. La Iglesia, Madre y Maestra, viene transmitiendo la genuina enseñanza en diversos aspectos que afectan la vida personal y comunitaria. Por eso, cuánto bien nos hace oír la enseñanza del Papa y de los obispos, y obedecer a lo que la Iglesia manda cuando da pautas, indicaciones o verdad que creer. Por tal razón se anota: «…Algunos de aquí, sin encargo nuestro, los han alarmado e inquietado». No nos dejemos llevar por aquellos que, sin estar unidos al pastor y a la Iglesia, proclaman ideas desviadas de la verdad, alejándonos así de la salvación.

La controversia que llevó a Pablo, Bernabé y algunos otros a Jerusalén radica en la circuncisión como práctica impuesta. El P. Royo Marín, gran teólogo, define la circuncisión de la siguiente manera: «En el Antiguo Testamento el sello que marcaba a los hombres para asociarlos al pueblo de Dios era la circuncisión. Cristo, Dios, quiso también ser circuncidado». Es, para entenderlo, como para nosotros el bautismo. El cristianismo primitivo quería separarse progresivamente de aquellas practicas judías que Jesús precisamente criticaba. Por tal motivo aquellos que no tenían raíces judías, los denominados «paganos», se sentían contrariados por la exigencia de este signo.

Hay una carta de respuesta y en ella se expone lo siguiente: «Hemos decidido, el Espíritu Santo y nosotros, no imponerles más cargas que las indispensables». La Iglesia no presenta cargas; antes bien propone el Camino («Yo soy en camino, la verdad y la vida»). Los pastores no exigen de más, solo solicitan aquello que encamina al orden y a la dignidad. Así mismo, en la carta señalarán que se les pide abstenerse de algunas cosas, y sobre todo dos muy actuales: la idolatría y la fornicación.

En la segunda lectura se nos habla nuevamente de la Jerusalén del cielo. Los domingos anteriores escuchamos características al respecto, hoy se nos cuenta que ella trae la gloria de Dios. Esta no es solo una gloria en el sentido estético, sino también una gloria profunda, la que posee Dios por ser tal. Otra peculiaridad que la vincula con la primera lectura es que los cimientos de la ciudad son los apóstoles. Lo que cimienta la Iglesia hoy en día es la adhesión a los sucesores de los apóstoles. Y dice san Juan que no ve templo alguno, sino que Dios mismo es el templo. Dios los llena todo en el Cielo y los santos no hacen más que estar ante esa presencia gloriosa y luminosa. No olvidemos que Dios es luz e ilumina toda la realidad.

Y en el Evangelio de este domingo se vuelve a hablar del amor, de la ida de Jesús, del Espíritu Santo, del Padre. Jesús nos recuerda que el que ama a Dios guardará su Palabra, y semejante nos enuncia sobre los mandamientos. Ninguno está excluido de amar. Quien le ama guarda (también podríamos decir «cumple») su Palabra. Cumplir lo que Jesús nos pide no es una obligación servil que debemos realizar, sino un detalle de amor. Esa Palabra a la que se refiere Jesús no es cualquier palabra, es la Palabra del que lo ha enviado. Jesús es el Verbo, solo expresa aquello que ha escuchado del Padre, es su Palabra salvadora.

Por otro lado nos indica que el Espíritu nos enseñará todo y nos recordará lo que nos ha dicho. Es gracias a él que todo lo que hizo Jesús en su paso por el mundo se prolongará hasta nuestros días.

Junto con el amor viene la paz. Estamos en un mundo que no entiende de concordia. Hay violencia, guerras, maltrato, tantas cosas feas. Frente a ello debemos pedir la gracia de habitar en armonía, con el Espíritu que nos recuerda el mandato del amor de Jesús. Él ha partido sin dejarnos huérfanos. Tenemos al Espíritu Santo, que da vida y prolonga la estadía de la Palabra entre nosotros.

Que vivamos un buen domingo en la presencia de Dios. Aprovechemos en prepararnos para la gran solemnidad de la Ascensión del Señor.

P. Martín

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