SOLEMNIDAD DE LA ASCENCIÓN DEL SEÑOR - CICLO C

Primera lectura: Hechos de los apóstoles 1, 1-11; Salmo 46, 2-3. 6-7. 8-9 (R.: 6); Segunda lectura: Efesios 1, 17-23; Evangelio: Lucas 24, 46-53.



Estamos celebrando la solemnidad de la Ascensión del Señor. No es lo mismo que la Asunción u otra variante de la palabra. Frente a ello conviene repasar una definición clara para entender el misterio que estamos celebrando.

El compendio del Catecismo en el 132 establece: «Cuarenta días después de haberse mostrado a los Apóstoles bajo los rasgos de una humanidad ordinaria, que velaban su gloria de Resucitado, Cristo subió a los cielos y se sentó a la derecha del Padre. Desde entonces el Señor reina con su humanidad en la gloria eterna de Hijo de Dios, intercede incesantemente ante el Padre en favor nuestro, nos envía su Espíritu y nos da la esperanza de llegar un día junto a Él, al lugar que nos tiene preparado». 

En otro comentario se narra que «La Ascensión del Señor es presentada en estos textos como el término de la vida terrena de Cristo y formando parte de su glorificación. Es el Señor glorioso que esperamos al final de los tiempos para el juicio definitivo y el reino sin fin». (J. Bellavista).

«No hay duda de que la fiesta ya en los remotos orígenes del siglo IV, y aún antes, connota un carácter local y topográfico. A este lugar del monte de los Olivos donde se conmemoraba la subida del Salvador a los cielos el día de la Ascensión, Egeria le llama repetidas veces “Imbomón”». (J. Bellavista)

Quisiera empezar la reflexión propiamente con unas palabras del papa Francisco: «La solemnidad de la Ascensión orienta nuestra mirada hacia lo alto, más allá de las cosas terrenas». Es bonito cuando recapacitamos acerca de la verdad que nos revela san Pablo: No somos ciudadanos de este mundo…, nuestra patria es el cielo. La meta es alta. Vamos más allá, no nos podemos quedar chiquitos. Al cielo llegarán los que se parezcan a Cristo, a los que, en su modo de vivir, se hayan dejado cristificar por el Espíritu de Dios.

Esta solemnidad nos invita e impulsa a mirar las cosas con mirada celestial. Con los pies donde nos toque estar y con los ojos en el cielo, donde está nuestro Dios esperándonos a todos.

En la primera lectura vemos que Jesús dicta algunas indicaciones, entra ellas, no alejarse de Jerusalén. Es como el centro de operaciones. De Jerusalén vendrá toda la donación del Espíritu y se expandirá en todo el universo. Dirá también que el Espíritu vendrá a dar fuerza. Muchas veces necesitamos el vigor del Espíritu para continuar la misión que Dios tiene pensada para cada uno de nosotros. Nos animará para dar testimonio. Nuestros razonamientos y pensamientos siempre serán muy cortos al lado de lo que el Espíritu quiere que nosotros atestigüemos.

Luego de ello viene una descripción de la escena de la Ascensión que se complementa con la del Evangelio de hoy y con la escena del anuncio de la Resurrección. Lo vieron levantarse; no por otro, sino por sí mismo. Dos hombres les hablaron como lo hicieron a las mujeres el día de la Resurrección, y no faltó la advertencia clave: ¡Volverá!

La segunda lectura nos presenta la gloria de Cristo en el cielo. Esto solo se entiende desde la fe. Dios resucita a Cristo, lo sienta a su derecha y lo pone por encima de todo y de todos en la Iglesia.

Finalmente, en el Evangelio distinguimos que no somos simples y meros espectadores. Jesús nos compromete como sus testigos. Siendo sus testigos su Palabra llegará a ser salvación para todos los hombres. Mientras asciende al cielo nos bendice.

Imaginemos lo hermoso de esa imagen: Jesús ascendiendo y bendiciendo por amor. Él aguarda por nosotros, Él nos espera en el cielo.

 Que vivamos santamente este domingo, deseando fervorosamente la presencia del Espíritu Santo.

Sigamos con los cuidados.

P. Martín

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