SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO - CICLO C
Primera lectura: Génesis 14, 18-20; Salmo 109, 1. 2. 3. 4 (R.: 4bc); Segunda lectura:1Corintios 11, 23-26; Evangelio: Lucas 9, 11b-17
Celebramos la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo.
En la primera lectura aparece la misteriosa figura del rey - sacerdote
Melquisedec. No sabemos su origen ni su final, pero en esta lectura aparece
ofreciendo el pan y el vino y, bendiciendo a Dios, bendice a Abram. Esta escena
nos remite a pensar en Jesucristo, nuestro sumo y eterno Sacerdote, que escogió
este alimento y esta bebida para perpetuar sacramentalmente su presencia entre
nosotros. A diferencia de los otros sacramentos, en los que Cristo está
presente “por su fuerza” (Cf. Sacrosanctum Concilium 7a), en éste está presente
realmente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad.
Cristo se nos da como alimento. Tanto en la primera lectura como en el
Evangelio vemos la imagen del pan que alimenta. En la primera lectura vemos que
es en referencia a Abram y en el Evangelio en referencia a la multitud. Jesús
se ha querido quedar con nosotros como alimento que nos fortalece para caminar
en la vida cotidiana. Jesús quiere alimentarnos para que estemos unidos a Él. Alimentándonos
de Él nos hacemos como Él ¡Cuántos santos han vivido sólo de la Eucaristía!
Pero Jesús se queda con nosotros como alimento para ser repartido. Esto lo
podemos entender en un doble sentido: Por un lado, como el alimento material
que debe ser proporcionado sobre todo a los que no tienen y, por otro lado, es
ese alimento que recibimos en la Eucaristía que es repartido para las almas en
gracia de Dios. La Eucaristía nos impulsa a compartir, a la solidaridad, a la fraternidad.
La Eucarística es, como nos dirá Benedicto XVI, Sacramento de la caridad.
El papa Francisco nos recordaba que “el
Señor distribuye para nosotros el pan que es su Cuerpo, Él se hace don. Y
también nosotros experimentamos la «solidaridad de Dios» con el hombre, una
solidaridad que jamás se agota, una solidaridad que no acaba de sorprendernos:
Dios se hace cercano a nosotros, en el sacrificio de la Cruz se abaja entrando
en la oscuridad de la muerte para darnos su vida, que vence el mal, el egoísmo y
la muerte. Jesús también esta tarde se da a nosotros en la Eucaristía, comparte
nuestro mismo camino, es más, se hace alimento, el verdadero alimento que
sostiene nuestra vida también en los momentos en los que el camino se hace
duro, los obstáculos ralentizan nuestros pasos.”
La Eucaristía, hoy en día, no es un ritual improvisado y espontaneo. En la
segunda lectura se habla que Pablo recibió una tradición que a la vez lo
comparte. Es una buena oportunidad para reflexionar sobre la tradición. En
primer lugar, diferenciemos la tradición que recibió san Pablo respecto de
“tradiciones” que en realidad son costumbres que se repiten cada cierto tiempo
y en diferentes contextos. En segundo lugar, la tradición de la que habla está
anclada en las palabras y los gestos de Cristo. Por eso, un criterio para
discernir si una tradición es genuina será el si nos hace más cristianos o no.
El papa Francisco nos recordaba: “Así que
preguntémonos…, al adorar a Cristo presente realmente en la Eucaristía: ¿me
dejo transformar por Él?”. Y, en tercer lugar, la tradición autentica me
lleva a Jesús. Lejos de alejarme de Él, valga la redundancia, nos lleva a su
Presencia Real y a su Misterio Pascual. Participar de la Liturgia y el Culto
tiene que ser motivado por el encuentro con Dios más que por alguna motivación
colateral.
Reflexionar sobre la Eucaristía nos tiene que llevar a algunas preguntas:
¿Cómo vivo la Santa Misa? ¿Cómo aprovecho la presencia eucarística fuera de
Misa? ¿La presencia de Jesús en la Eucaristía es lo más importante para mí o
hay “otras prioridades”? Hoy es un día para reflexionar sobre la presencia de
Jesús en mi vida, en mi corazón en todo mi ser.
¡Qué sea un maravilloso día donde Jesús recorra las calles!
Que Dios les bendiga y un saludo especial a los papás en su día. Sigamos
con los cuidados.
P. Martín
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