DOMINGO XVII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C
Primera lectura: Génesis 18, 20-32; Salmo 137, 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8 (R.: 3a); Segunda lectura: Colosenses 2, 12-14; Evangelio: Lucas 11, 1-13.
La primera lectura
nos presenta una bella escena entre Abraham y Dios. Dios dice que hay una
acusación fuerte y un pecado grave. No está claro si Dios habla consigo mismo o
con Abraham. Puede ser que algunos se hayan sentido ofendidos por sus inmoralidades,
desórdenes y otro tipo de pecados. Por eso Dios mismo quiere “bajar” para ver
si es así.
Dios no especifica
la naturaleza del pecado, pero expresa en voz alta que es grave. Un detalle que puede pasar desapercibido:
Dios no daña la honra de los hombres. No es que vaya divulgando abiertamente lo
que sucede. Eso lo dejará, seguramente, al juicio particular que cada uno
tendrá que enfrentar el día que estemos cara a cara con Él.
Si bien es cierto
que “la acusación es fuerte” y “su pecado es grave”, podemos reconocer algunas
enseñanzas. 1) Dios no se deja ganar en misericordia. Abraham está como en un
proceso de “regateo” para que por los menos inocentes Dios se apiade y no
ejerza su ira sobre ellos. Y Él, que no se deja ganar en misericordia, le
concede a Abraham su petición. 2) Se establece un nuevo modo de justicia.
Sabemos que en la Biblia ser justo es ser santo. Dios, que no mira como los
hombres (1Samuel 16, 7), nos mira y nos juzga desde nuestra limitación y su
santidad. Con esto no digo que Dios se convierta en cómplice de nuestros
pecados, pero al menos, y sobre todo desde Jesucristo, entenderá que no es
fácil para el ser humano. Por eso, su nuevo modo de justicia, más que punitivo
y castigador, es un juicio de misericordia, donde no destruirá al inocente por
los culpables. 3) Abraham es el intercesor. Nosotros, alguna vez, cuando hemos
cometido un error, hemos tenido a alguien que ha intercedido por nosotros, o
nosotros mismos hemos intercedido por alguien que le ha ido mal para librarlo de
un mal momento. Abraham, con un corazón de padre, se preocupa de los suyos e
invoca la misericordia de Dios sobre ellos con la confianza de que habrá un
cambio oportuno.
En la segunda
lectura, san Pablo nos habla de las grandes maravillas que disfrutamos por la
recepción del bautismo. Ante todo, por el bautismo morimos simbólicamente con
Cristo. No olvidemos que una de los significados bíblicos del agua es la
muerte. El bautismo nos sumerge en una muerte espiritual, en la muerte del
hombre viejo, del culpable que escuchábamos en la primera lectura. Con ello se
indica que también resucitamos con Cristo. Esto no es algo metafórico o
fantasioso; tratamos una realidad bajo el velo de los signos. Por lo tanto,
podemos afirmar que hemos muerto y resucitado con Cristo sin incurrir en
ninguna exageración. El apóstol también señalaba que hemos muerto por el
pecado. Es obvio, el pecado mata, en el alma y en el cuerpo, pero también apunta
que en Cristo recibimos nueva vida: la gracia. La gracia de Dios, en cualquiera
de sus formas, nos revive y nos resucita. Todo esto lo obtenemos gracias a la cruz
de nuestro Señor Jesucristo, quien nos ha liberado del pecado y nos ha hecho
nuevas criaturas.
En el Evangelio de
este domingo contemplamos tres momentos. Primero se nos presenta el Padre
Nuestro. Considerando la relación que hay entre la primera lectura y el
evangelio quisiera resaltar lo siguiente: 1) Dios es nuestro Padre. Somos
hermanos en Jesucristo por el bautismo. Jesús es el verdadero Abraham que
implora la redención y el perdón al Padre. 2) Pedimos que se perdonen nuestros
pecados, que se nos devuelva la vida, que nos llene de su gracia. 3) Como
perdonamos a los que nos ofenden: es pedir una bendición, que a los demás les
llegue la vida y la salvación. 4) No nos dejes caer en la tentación: Que nos
proteja de no perder la vida de la gracia y la salvación. Una cosa es ser
tentado y otra caer.
Finalmente
nos topamos con la parábola del amigo prudente, quien por su insistencia
consigue lo que necesita. Del mismo modo, si nosotros pedimos lo verdaderamente
necesario para nuestra vida Dios nos lo dará. Al orar debemos ser conscientes
de que dirigimos nuestra plegaria al Padre de la misericordia. Él sabe lo que
es bueno y cuándo debe presentarnos cada una de las circunstancias.
Buen domingo en la presencia del Señor. Sigamos con los
cuidados.
P. Martín
Comentarios
Publicar un comentario