DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C

Primera lectura: Jeremías 38, 4-6. 8-10; Salmo 39, 2. 3. 4. 18 (R.: 14b); Segunda lectura: Hebreos 12, 1-4; Evangelio: Lucas 12, 49-53.



Jesús no viene a traer la paz del mundo, viene a traer una paz distinta, una paz purificada por el Espíritu Santo. Jesús no viene a dividir en un sentido negativo, viene a separar lo bueno de lo malo. La paz que trae Jesús a veces tiene un costo: el enfrentamiento, la incomprensión, el resentimiento, la persecución. Por eso, no es raro que Jesús nos hable de división y que no haya venido a traer paz. El que se encuentra con Jesús se irá identificando con Él de tal manera que su vida se va identificando con Él y resulta interpelante para los demás. Algunos entenderán, otros cuestionarán, perseguirán o maltratarán. El mundo se divide entre los que se han encontrado con Él o no. Esta división se dará también dentro de las familias. Seamos honestos, en muchas familias no hay un encuentro real con Jesús y por eso algunos no entienden a los que sí han tenido ese encuentro. El encuentro con Cristo va más allá de la formalidad, del cumplimento de preceptos obligatorios, es una vida de amor para con Él. 

En la primera lectura vemos como esas actitudes divisivas afectan al profeta que es violentado, incluso, físicamente. Hoy en el mundo se sigue persiguendo a los que siguen a Cristo. En este mismo momento, en algunos momentos del mundo, los que no han conocido a Cristo persiguen a algunos cristianos que lo único que hacen es buscar que el mundo arda con el fuego del Espíritu Santo. El profeta nos enseña que la reacción ante la persecución no puede ser la de la justicia por las propias manos o el de la venganza, sino el de la confiaza en Dios en todo momento y circunstancia. Lo único que se puede pedir en el momento de la persecusión es que Dios venga de prisa y nos auxilie. 

Jesús quiere que el mundo arda lleno del Espíritu Santo. El que no está lleno del fuego del Espíritu Santo se llena del espíritu de la división. Tenemos que sumergirnos del bautismo de Jesús, de su Misterio Pascual, que llena el mundo de paz y reconciliación. 

En la segunda lectura de hoy se nos exhorta a dejar el pecado que nos ata. Precisamente es este pecado el que causa la división. Debemos mirar la vida como esa carrera que debemos correr, en la que renunciamos al gozo inmediato y terreno. Por otro lado, la lucha contra el pecado debe llegar hasta la sangre si hace falta. Pocas veces nos esforzamos en vencer el pecado que nos ata. Como dirán algunos santos cuidamos las “reliquias del pecado”, es decir, que los tratamos con tanto respeto que ni los tocamos ni nos esforzamos en vencerlos. Jesús lo que espera de nosotros es un respuesta de amor y de santidad. Espera que dejemos aquello que nos impide poderle seguir con radicalidad.

Hoy la Palabra nos exhorta a vivir abiertos a toda incomprensión a causa de ser buenos cristianos, a sumergirnos en la sangre de Jesús que ha derramado para lograr la reconciliación entre Dios y los hombres y a luchar para vencer el pecado que nos ata. ¡Corramos la carrera que nos toca, sin retirarnos!

Buen domingo en la presencia de Jesús y sigamos con los cuidados.

P. Martín


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