DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C

Primera lectura: Sabiduría 9, 13-18; Salmo 89, 3-4. 5-6. 12-13. 14 y 17 (R.: 1); Segunda lectura: Filemón 9b-10. 12-17; Evangelio: Lucas 14, 25-33.



En ocasiones queremos decirle a Dios lo que tiene que hacer. Pensamos que Dios nos tiene que obedecer a toda costa. Incluso, podemos ver cómo algunas personas al no obtener lo que quieren abandonan su relación con Dios como si Él fuera el culpable de lo que sucede. La primera lectura de hoy nos lanza una pregunta interesante: ¿Quién conoce el designio de Dios? Y la respuesta está allí mismo: el que posee su Espíritu. Solo el que está lleno del Espíritu puede conocer y aceptar sus propósitos. La lectura nos dice que nuestros pensamientos pueden ser mezquinos y nuestros razonamientos falibles, pero el que está lleno del Espíritu puede conocer y aceptar lo que Dios quiere de nosotros. Solo así aprenderemos lo que le agrada a Dios y nos salvaremos con sabiduría. A veces no encontramos el resultado esperado; sin embargo con el Espíritu de Dios podemos aceptarlo y entenderlo desde la óptica de Dios.

En el Evangelio notamos que seguir a Jesús implica compartir su designio, cargar con su Cruz. Esto seguramente desconcertará a algunos porque morir en una cruz era humillante y cruel. Jesús advierte siempre que la Cruz está en el destino, en su vida, que será algo importante para Él. Jesús, a diferencia de los demás, al estar ungido por Dios entiende de otra manera la presencia de la Cruz como instrumento de salvación. 

Seguir a Jesús implicará una serie de renuncias, sobre todo frente a la familia y a uno mismo. Este seguimiento es participar de la unción de Jesús, es dejarse llenar del Espíritu que nos permitirá conocer sus designios. Él nos pide cargar con la Cruz, que pasa por dejar el bienestar, las seguridades, las comodidades. Es un renunciar a lo legítimo para seguir a quien amamos. Jesús así lo hizo: se volvió hombre hasta padecer la muerte, y una muerte de Cruz, como dice san Pablo. 

Hoy que vivimos en un mundo en el que se procura evitar el sufrimiento y el dolor, donde todo es consumismo y dinero, difícilmente se entiende la renuncia como un camino de seguimiento a Jesús. En algunos ambientes se busca al Jesús “que me haga sentir bien”, uno sentimentalista y superficial, en lugar del Jesús que nos ofrece la vida eterna a través de su Cruz y de lo que eso significa. La cruz nos vendrá sola si tomamos en serio el seguimiento de Jesús. Nunca faltará.

En esa línea de renuncia vemos en a segunda lectura que Pablo le pide a Filemón que acoja a Onésimo. Pablo le pide que acoja a este esclavo que en algún momento se apartó de Filemón y le falló. Pablo ha visto su proceso de cambio y por eso se compromete ante Filemón para que lo vuelva a acoger. Incluso Pablo dirá que le puede ayudar y se puede involucrar en el apostolado. Si Filemón es un buen discípulo tomará la Cruz del compromiso con Pablo. Acoger al hermano, amarlo como a uno mismo, ha sido siempre señal del cristiano. Hoy vivimos en medio de la cultura del descarte, del rechazo, de la indiferencia, y nos olvidamos que en el prójimo también hay vida, que tiene una oportunidad para volver a empezar, que es posible la conversión. Entonces se trata de acoger la Cruz en ambos sentidos: en el que da su brazo a torcer y en el que ha hecho el proceso de cambiar. Acoger también es un modo de abrazar la Cruz.

Termino con una frase de san Gregorio Magno: “De dos modos podemos llevar la cruz del Señor, o afligiendo a nuestro cuerpo con la abstinencia o, por compasión al prójimo, considerando como nuestras sus necesidades. El que se conduele de las necesidades ajenas lleva la cruz en su corazón”.

Que este domingo reflexionemos acerca de cómo seguimos a Jesús, cómo abrazamos su Cruz en el cada día y cómo abrazamos la Cruz en el prójimo.

Buen domingo en la presencia del Señor.

A seguir con los cuidados.

P. Martín


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