DOMINGO XXIV DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C

Primera lectura: Éxodo 32, 7-11. 13-14; Salmo 50, 3-4. 12-13. 17 y 19 (R.: Lc 15, 18); Segunda lectura: 1Timoteo 1, 12-17; Evangelio: Lucas 15, 1-32.


Este domingo la Palabra de Dios nos pone delante de la misericordia divina. El ser humano puede equivocarse en su modo de obrar por distintas razones, sin embargo, Dios siempre aplica su misericordia en un corazón arrepentido.

En la primera lectura podemos ver cómo ante el pecado del hombre la ira de Dios se calma ante los ruegos de Moisés, quien intercede por el pueblo pecador y equivocado que había caído en la idolatría, y pide una nueva oportunidad para ellos. Dios se compadece del pueblo que había rescatado de la esclavitud y, por la intercesión de Moisés, le da una nueva oportunidad. Él no quiere castigar a su pueblo; no obstante, el pueblo muchas veces obra de tal manera que merece el castigo, puesto que cae en la idolatría y adora criaturas que no generan ningún bien.

En el Evangelio de hoy encontramos dos parábolas. La primera es sobe la oveja perdida. Qué hermoso saber que nuestro Padre lo deja todo por esa oveja que se arrepiente. Si se pierde sale en su búsqueda y cuando la recupera hace una gran fiesta.

Luego tenemos la parábola del hijo pródigo. El papa Benedicto XVI, quien la denominó una de las “tres parábolas de la misericordia”, decía que “No deja nunca de conmovernos, y cada vez que la escuchamos o la leemos tiene la capacidad de sugerirnos significados siempre nuevos” (14 de marzo del 2010). Y el papa Francisco nos señalaba que “La misericordia del padre es desbordante, incondicional, y se manifiesta incluso antes de que el hijo hable” (11 de mayo del 2016). El centro es la misericordia, desde ahí se entiende a nuestro Dios.

Pensemos en los hermanos. El menor, que inicialmente se deja llevar por la vehemencia, es perdonado por el amor del padre que se adelanta. El hijo mayor, también marcado por el egocentrismo y el servilismo, es un hijo que no había descubierto la misericordia y el perdón. Frente a ello el papa Francisco exponía “El hijo mayor…, también él necesita misericordia. Los justos, los que se creen justos, también ellos necesitan misericordia. Este hijo nos representa a nosotros cuando nos preguntamos si vale la pena hacer tanto si luego no recibimos nada a cambio. Jesús nos recuerda que en la casa del Padre no se permanece para tener una compensación, sino porque se tiene la dignidad de hijos corresponsables. No se trata de «trocar» con Dios, sino de permanecer en el seguimiento de Jesús que se entregó en la cruz sin medida” (11 de mayo del 2016).

Finalmente, en la segunda lectura podemos sentir cómo la gracia de Dios es derrochada en Pablo para darle fe y amor. A continuación se revela lo más interesante: “Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores” (1Tim 1, 15). Seguimos hablando y profundizando en la misericordia de Dios.  Si bien el Verbo se hizo carne para habitar entre nosotros, también lo hizo para mostrarnos el rostro del Padre. Nadie ha visto al Padre sino el Hijo, y a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Termino con una frase de san Juan Pablo II, en su exhortación Reconciliatio et Paenitentia 5: “El hombre —todo hombre— es este hijo pródigo: hechizado por la tentación de separarse del Padre para vivir independientemente la propia existencia; caído en la tentación; desilusionado por el vacío que, como espejismo, lo había fascinado; solo, deshonrado, explotado mientras buscaba construirse un mundo todo para sí; atormentado incluso desde el fondo de la propia miseria por el deseo de volver a la comunión con el Padre. Como el padre de la parábola, Dios anhela el regreso del hijo, lo abraza a su llegada y adereza la mesa para el banquete del nuevo encuentro, con el que se festeja la reconciliación”.

(Hoy no he querido copiar y pegar enunciados de los papas, pero, sin duda alguna, son infinitamente mejores comentando la Palabra de Dios).

Buen domingo en la presencia del Señor. Sigamos con los cuidados.

P. Martín

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