PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO - CICLO A
Primera lectura: Isaías 2, 1-5; Salmo 121, 1-2. 4-5. 6-7. 8-9 (R.: Cf.1); Segunda lectura: Romanos 13, 11-14a; Evangelio: Mateo 24, 37-44.
Por la misericordia de Dios iniciamos un nuevo año litúrgico y, con él, el
tiempo de adviento. Quisiera empezar reflexionando qué no es el adviento. El adviento no es un tiempo para
preocupaciones. Muchos están preocupados por el fin de año, por cuentas,
deudas, festejos, estudios, y un sinfín de cosas que nos distraen de lo
esencial. El adviento no es un tiempo
para adelantar la Navidad. Personalmente me cuestiona el tener que hacer
festejos por el nacimiento de Jesús antes que nazca, creo que no tiene mayor
sentido. Esto ha provocado que el tiempo de adviento se convierta en un tiempo
de comidas, bailes, festejos, intercambio de regalos, etcétera. El adviento se ha convertido en un tiempo de
nostalgias. Esto era así y ahora ya no. “Todo tiempo pasado fue mejor”.
El adviento, como la misma liturgia lo sugiere, es un tiempo de esperanza,
de vigilancia y de preparación para la
venida del Señor. En este tiempo contemplamos la triple venida del Señor: La
venida al final de los tiempos (el adviento escatológico, el más antiguo en la
estructura del año litúrgico), la venida en la carne (el adviento natalicio,
más reciente en la historia, que prepara a la Navidad) y la venida “intermedia”
(de la que han reflexionado y predicado los santos padres. Esa venida se da en
el prójimo y en los sacramentos).
Por eso, debemos redescubrir la riqueza del tiempo del adviento que tantas
veces es opacada por otras motivaciones que nos despistan de lo verdaderamente
importante de este tiempo.
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La segunda lectura de San Pablo nos habla de despertar del sueño. Vivimos en un mundo de seguridades, de dominio
de la situación, donde todo se presta para no pasar preocupaciones. En algunos
casos se propone vivir como si todo estuviera en nuestras manos y nos olvidamos
de Dios. La salvación está más cerca que
cuando empezamos. Ya viene el liberador, el Mesías, el Salvador. Por eso,
vivamos como quien lo espera: Nada de
comilonas ni borracheras, nada de injuria ni desenfreno, nada de riñas ni
pendencias. Recordemos las parábolas que Jesús nos ofrece respecto de
aquellos que viven como si el amo o el rey tardará y nunca llegará. Ellos no
serán dignos de ser aceptados. Vivamos haciendo su voluntad, como en pleno día, con dignidad. Vivir a
la espera del Señor, vestidos de Él.
En el evangelio, precisamente, nos habla de la vigilancia. Por tanto, estén en vela, porque no saben el
día que vendrá su Señor. Tenemos que estar preparados. El final puede ser
en cualquier momento, aunque, si miramos con fe las cosas, vemos que el Señor
no deja de venir a cada momento en el prójimo y en los sacramentos. Esten también preparados, porque a la hora
que menos piensen viene el Hijo del hombre. La mejor manera de estar
preparados es teniendo nuestras almas en gracia y haciendo siempre su voluntad.
Finalmente, en la primera lectura podemos ver cómo al final de los días
todo será transformado por aquel que viene. Hablamos de un final escatológico,
cuando el Salvador esté por venir. Ahí todo cambiará y se planteará de otra
manera. Estará firme en el monte, es decir, la morada de Dios. Hacia Él confluirán lo gentiles, refiriéndose
a los paganos de ese momento. Hoy, como en todo tiempo, hay miles de millones
que no conocen a Dios y, por eso mismo, viven de cualquier manera. Vendrán los pueblos numerosos, aquellos que lo
conocen, para subir a la casa del Dios de
Jacob, para ser instruidos en sus caminos y marchar tras sus sendas.
Este tiempo de adviento lo tenemos que vivir con la invitación final de la
primera lectura Casa de Jacob, ven,
caminemos a la luz del Señor. Que este tiempo nos sirva para dejarnos
iluminar por la luz y el amor de Dios y no nos distraigamos en lo superficial.
Preparémonos a la venida del Salvador.
¡Buen inicio del adviento y a seguirse cuidando!
P. Martín
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