SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR - CICLO A
Primera lectura: Isaías 9, 1-3. 5-6; Salmo 95, 1-2a. 2b-3. 11-12. 13 (R.: Lc 2, 11); Segunda lectura: Tito 2, 11-14; Evangelio: Lucas 2, 1-14.
Al celebrar el Nacimiento del Señor celebramos el misterio de nuestra salvación.
Quisiera iniciar esta reflexión recordando que no estamos ante algo del
pasado. No olvidemos que gracias a la Liturgia de la Iglesia y la celebración
de los sacramentos nos hacemos contemporáneos con el único misterio de Cristo
que se despliega hasta su segunda venida. Por tanto, cuando vayamos a misa de
Navidad estaremos ante María, José y el Niño recién nacido en Belén. Por eso
mismo decimos en el salmo responsorial: “Hoy nos ha nacido un Salvador: el
Mesías, el Señor”.
En las lecturas de la misa de medianoche hay una palabra que me ha llamado
la atención en esta oportunidad: Salvación. En el Evangelio dirá “Hoy, en la ciudad
de David, ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor”, y en la segunda lectura
se habla de “la aparición gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro, Jesucristo”.
El que viene a nosotros, el Verbo que se hace hombre es Jesucristo, el Mesías,
el Salvador.
El pueblo judío esperaba un Mesías. Esperaban un caudillo poderoso que los
liberase del invasor: el Imperio Romano, que al inicio del Evangelio queda
personificado en Augusto. Ellos no esperaban un Mesías religioso. De hecho,
como podemos ver en los relatos evangélicos, ellos se sentían muy seguros de su
experiencia religiosa y daban por descontado la llegada de un “reformador” de
la religión. Ellos esperaban “otra cosa”, por decirlo de alguna manera.
La segunda persona de la Santísima Trinidad, el Verbo, se hace Hombre para
salvar a los hombres del poder del mal. También en los evangelios podemos ver
que, de un modo muy sutil, Jesús va descubriendo progresivamente su divinidad.
Jesús es ese gran Dios y Salvador del que se nos habla en la segunda lectura.
Dios y hombre, sin mezcla ni confusión, sin alterar nada de la naturaleza ni
mancillar de ningún modo la divinidad. Jesús Salvador.
¿Y porqué todo esto? Parece sencillo, pero es más profundo de lo que uno
piensa: Por amor. Sí, por amor. No hablamos de un amor cualquiera, hablamos del
amor más perfecto, puro y personal que puede haber. El Verbo, desde toda la
eternidad es un, valga la redundancia, eterno enamorado de la humanidad, al
punto de ofrecer su vida por amor por cada uno de nosotros. Viene a rescatarnos
del poder del mal, a iluminar la noche oscura del pecado y, con su presencia,
hacerlo todo luz, porque Dios es luz.
Por eso, al celebrar hoy el nacimiento del Salvador, del Redentor, del
Liberador, nos tenemos que llenar de alegría, de júbilo, de fiesta, porque
estamos celebrando lo más grande que puede suceder: el misterio de nuestra redención.
“Alégrese cielo, goce la tierra”, como dice el salmo.
Pero, así como viene a liberarnos, también viene a mostrarnos la dignidad
de ser hijos de Dios. “El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio
del Verbo encarnado” (Gaudium et spes, 22). En Jesucristo, Dios y hombre
verdadero, podemos tener el modelo de la altísima dignidad a la que estamos
llamados los hombres. Cristo es el prototipo de la vida santa. En Él podemos
ver que sí es posible vivir haciendo la voluntad de Dios hasta el extremo.
Jesucristo, el Dios hecho hombre, viene traer paz. Es el “Príncipe de la
paz” que nos habla la primera lectura. Hoy cuán necesitados estamos de paz en
el mundo, en nuestro país, entre nosotros mismos. Una gran gracia en esta Navidad
es pedirle al Niño Jesús que nos regale cada vez más paz y mucho amor entre
nosotros.
Te deseo una feliz y santa Navidad. Que el Niño Jesús, Dios y Hombre, reine
en nuestros corazones y que no nos contagiemos de la “navidad” del mundo
consumista.
Un abrazo en este día especial.
P. Martín
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