TERCER DOMINGO DE PASCUA - CICLO A
Hechos de los apóstoles 2, 14. 22-33; Salmo 15, 1-2a y 5. 7-8. 9-10. 11 (R.: 11a); 1 Pedro 1, 17-21; Lucas 24, 13-35.
«¿No
ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las
Escrituras?» Estas palabras del Evangelio de hoy puede
ser la experiencia de muchos al descubrir tarde la presencia de Jesús.
El papa Francisco decía
hace algún tiempo comentando esta escena «Los
dos diferentes caminos de aquellos primeros discípulos nos dicen, a los
discípulos de Jesús de hoy, que en la vida tenemos ante nosotros dos
direcciones opuestas: hay un camino de los que, como aquellos dos del
principio, se dejan paralizar por las desilusiones de la vida y siguen
tristemente; y hay un camino de los que no se ponen a sí mismos y sus problemas
en primer lugar, sino a Jesús que nos visita, y a los hermanos que esperan que
nos ocupemos de ellos.»
Algunos han interpretado
la escena de los discípulos de Emaús como una experiencia eucarística, otros
podemos verla como una experiencia de vida. Ambas perspectivas no se
contradicen, se complementan. En la vida nos podemos encontrar con Cristo a través
del prójimo que nos habla de Dios, que nos da un buen consejo, que nos
evangeliza. Cristo nos habla por el camino de la vida, a veces con alegrías y a
veces con decepciones, para que nos demos cuenta que todo nos habla de Él. Podemos
ir hacia nuestro Emaús con la desilusión de la vida, de esa vida sin Él, donde
todo es tristeza y fracaso. Él sale a nuestro encuentro para hablarnos de Él,
para mostrarnos que no todo está perdido, que hay algo distinto detrás de lo
aparente. De diversas formas Jesús se hace el encontradizo y viene a nuestra vida
como compañero de camino e ir compartiendo con nosotros quién es Él.
«Sentado
a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo
dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron.»
Jesús viene a nosotros para que participemos de su sacrificio pascual. No
podemos olvidar como dice la segunda lectura que «Ya saben con qué los rescataron de ese proceder inútil recibido de sus
padres: no con bienes efímeros, con oro o plata, sino a precio de la sangre de
Cristo». El encuentro con Cristo me tiene que llevar a una experiencia de
salvación. La Eucaristía es siempre experiencia de liberación y de salvación.
En el sacrificio de Jesús, por su sangre, hemos sido rescatados del poder del
mal y de la muerte. Es en la Eucaristía en donde llega a nosotros esa Sangre
salvadora, en ella se nos da como alimento y, en ella, recibimos a la Victima
pascual que nos ha rescatado. Por la comunión eucarística entramos en comunión
con el Cuerpo y la Sangre de Cristo salvador.
La novedad de Cristo
Resucitado nos trae el poder encontrarnos con Él, Él está vivo y glorioso. La
primera lectura nos dice que «Dios lo
resucitó, rompiendo las ataduras de la muerte; no era posible que la muerte lo
retuviera bajo su dominio». Por eso, la Resurrección nos permite tener una
experiencia personal de ella, y en esa experiencia podemos encontrarnos con Él.
En este domingo podemos pedir la gracia de seguir entrando en el misterio de la
Resurrección, contemplar al Cristo glorioso, dejarnos acompañar por Él. No es un
ausente, es un Dios cercano. La Resurrección es una experiencia de victoria.
Pidámosle a Jesús que nos
de la gracia de verlo glorioso, de gozar con su presencia y de poder
profundizar en su victoriosa Resurrección.
Buen domingo en la
presencia del Señor.
P. Martín
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