DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A

Primera lectura: Ezequiel 33, 7-9; Salmo 94, 1-2. 6-7. 8-9 (R.: 8); Segunda lectura: Romanos 13, 8-10; Evangelio: Mateo 18, 15-20.


La Palabra de Dios nos habla del saber corregir. Por la personalidad de cada uno, por el modo de ser, de hablar, de reaccionar, incluso por la formación que cada uno ha recibido, tomará de diversa manera la corrección. En esta generación, desgraciadamente, ya no se quiere aceptar la corrección e, incluso, hay que usar artilugios y modos que no hieran la susceptibilidad para poner delante del otro la verdad.

Empecemos recordando qué es corregir. La segunda acepción del diccionario RAE dice que es “advertir, amonestar o reprender a alguien.” La corrección, vista de esta manera, supone una interacción con el otro. Pero, me parece, que no solo es señalar el error, sino vivir coherente y consecuentemente para tener la autoridad moral para poder señalar el error.

En segundo lugar, la primera lectura nos dirá que si no corregimos al prójimo seremos culpables de las consecuencias. «Si yo digo al malvado: “Malvado, eres reo de muerte”, pero tú no hablas para advertir al malvado que cambie de conducta, él es un malvado y morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre.» A la luz de esta lectura podemos decir que nosotros no nos salvamos solos, también ayudamos al prójimo a salvarse. Nuestra corrección puede ser un acto de amor y salvación. «Si tú adviertes al malvado que cambie de conducta, y no lo hace, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado la vida».

En la segunda lectura, San Pablo nos exhorta al amor al prójimo, al amor mutuo. El amor del cristiano va más allá de lo superficial, es decir, de gestos cariñosos o afectuosos. El amor del cristiano tiene que llevarnos al amor como a nosotros mismos e, incluso, como muy por encima. Estando en una época en donde se piensa que el asistencialismo es una forma de demostrar atención, hoy la Palabra nos sugiere que vivamos nuestra relación con el prójimo respecto de los mandamientos. Cuando vivimos los mandamientos hacemos la mejor demostración de amor a Dios y a los demás. Por eso, termina la lectura diciendo «El amor no hace mal a su prójimo».

El Evangelio no necesita mayor comentario. Marca el itinerario de la corrección. Primero a solas, luego ante uno o dos más, y finalmente ante la comunidad, si no hace caso. Pidamos al Señor la gracia de saber corregir.

Finalmente, también es bueno resaltar el poder de la oración que está al final del Evangelio. Ciertamente, Dios nos concederá lo que es bueno para nosotros. No se podrá negar, pero también tengamos presente que debemos confiar en Él. «Porque donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos»

Buen domingo en la presencia del Señor.

P. Martín

 

 

 

 



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