DOMINGO XXIII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
La Palabra de Dios nos habla del saber
corregir. Por la personalidad de cada uno, por el modo de ser, de hablar,
de reaccionar, incluso por la formación que cada uno ha recibido, tomará de
diversa manera la corrección. En esta generación, desgraciadamente, ya no se
quiere aceptar la corrección e, incluso, hay que usar artilugios y modos que no
hieran la susceptibilidad para poner delante del otro la verdad.
Empecemos recordando qué es corregir. La segunda acepción del diccionario
RAE dice que es “advertir, amonestar o
reprender a alguien.” La corrección, vista de esta manera, supone una
interacción con el otro. Pero, me parece, que no solo es señalar el error, sino
vivir coherente y consecuentemente para tener la autoridad moral para poder señalar
el error.
En segundo lugar, la primera lectura nos dirá que si no corregimos al
prójimo seremos culpables de las consecuencias. «Si yo digo al malvado: “Malvado, eres reo de muerte”, pero tú no
hablas para advertir al malvado que cambie de conducta, él es un malvado y
morirá por su culpa, pero a ti te pediré cuenta de su sangre.» A la luz de
esta lectura podemos decir que nosotros no nos salvamos solos, también ayudamos
al prójimo a salvarse. Nuestra corrección puede ser un acto de amor y salvación.
«Si tú adviertes al malvado que cambie de
conducta, y no lo hace, él morirá por su culpa, pero tú habrás salvado la
vida».
En la segunda lectura, San Pablo nos exhorta al amor al prójimo, al amor
mutuo. El amor del cristiano va más allá de lo superficial, es decir, de gestos
cariñosos o afectuosos. El amor del cristiano tiene que llevarnos al amor como
a nosotros mismos e, incluso, como muy por encima. Estando en una época en
donde se piensa que el asistencialismo
es una forma de demostrar atención, hoy la Palabra nos sugiere que vivamos
nuestra relación con el prójimo respecto de los mandamientos. Cuando vivimos
los mandamientos hacemos la mejor demostración de amor a Dios y a los demás.
Por eso, termina la lectura diciendo «El
amor no hace mal a su prójimo».
El Evangelio no necesita mayor comentario. Marca el itinerario de la
corrección. Primero a solas, luego ante uno o dos más, y finalmente ante la
comunidad, si no hace caso. Pidamos al Señor la gracia de saber corregir.
Finalmente, también es bueno resaltar el poder de la oración que está al
final del Evangelio. Ciertamente, Dios nos concederá lo que es bueno para
nosotros. No se podrá negar, pero también tengamos presente que debemos confiar
en Él. «Porque donde dos o tres están reunidos en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos»
Buen domingo en la presencia del Señor.
P. Martín
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