DOMINGO XXV DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A

Primera lectura: Isaías 55, 6-9; Salmo 144, 2-3. 8-9. 17-18 (R.: 18a); Segunda lectura: Filipenses 1, 20c-24. 27a; Evangelio: Mateo 20, 1-16.



¿Qué recompensa buscamos en la vida? Seamos sinceros, nuestro corazón se alegra cuando nuestros trabajos son recompensados. La recompensa que deberíamos buscar como creyentes es algo totalmente distinto de las satisfacciones humanas.

En la segunda lectura, San Pablo nos dice «Para mí la vida es Cristo y el morir una ganancia». ¿Morir me trae una ganancia? Desde una perspectiva donde lo importante es existir, vivir, hacer, la muerte es una perdida. En cambio, el cristiano sabe que la muerte es ese momento en el que podremos unirnos a Nuestro Señor, aquel a quien amamos sobre todas las cosas. En ese sentido, morir no es perder, es ganarlo todo, es alcanzar la vida verdadera, la vida en Cristo.

Desde una perspectiva más espiritual, podemos hablar ya de una muerte por la que hemos pasado: la del bautismo. Por este sacramento ya hemos muerto y resucitado, y debemos dejar morir aquello que no está bien en nuestra vida y nos impide ser hombres nuevos. En la primera lectura se nos dice que «Que el malvado abandone su camino, y el malhechor sus planes; que se convierta al Señor, y él tendrá piedad, a nuestro Dios, que es rico en perdón.» Esto es morir para ganar a Cristo.

En la segunda lectura también nos dice San Pablo que «Si el vivir esta vida mortal me supone trabajo fructífero, no sé qué escoger». Aquí, en la vida cotidiana, podemos conseguir frutos de salvación. He allí, según mi entender, el dilema de San Pablo. A veces podemos ir como los trabajadores de la parábola, esperando más por nuestro esfuerzo, pero si recibimos el denario, ya esta pagado todo. ¿Cuál es la recompensa? ¿Cuál es el denario? Cristo. Él es la recompensa a nuestros esfuerzos, luchas y renuncias. El es nuestra ganancia. Él es nuestra vida.

El Señor nos puede llamar en cualquier momento de la vida a seguirle y no podemos ser egoístas ni interesados. Debemos saber que todo aquel que sigue el camino del Señor tendrá que renunciar a aquello que nos aleja de Él para estar completamente libres para seguirlo. No podemos ser discípulos del Señor cuando nos acercamos a Él por interés o por sacar provecho. La mejor recompensa que podemos obtener del seguimiento de Cristo, del ponernos en su obra, es Él mismo.

Nuestro mejor deseo para todos los hombres debe ser que recibamos el denario como recompensa por nuestro seguir a Cristo, la vida eterna. El Señor sabe cuándo y cómo estaremos delante de Él. «Mis planes no son sus planes, sus caminos no son mis caminos»

Buen domingo en presencia del Señor.

P. Martín


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