XXXI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO A
Primera lectura: Malaquías 1, 14b—2, 2b. 8-10; Salmo 130, 1. 2. 3; Segunda lectura: 1 Tesalonicenses 2, 7b-9. 13; Evangelio: Mateo 23, 1-12.
Nos cuesta obedecer. Estamos en un mundo en donde se vive
una crisis de autoridad, en donde ya no queremos que se nos diga nada, nos
cuesta hacer caso. Consecuencia: la tristeza, la insatisfacción, la desesperanza.
Pero no solo eso, también vamos contagiando de esas actitudes a los demás. Nuestros
prójimos van pasando por historias similares y se va socializando estas
consecuencias que vienen del no hacer caso, del no obedecer.
En la primera lectura de este domingo, el Gran Rey advierte
que «Si no obedecen y no se proponen dar gloria a mi nombre…les enviaré mi
maldición». No es que Dios esté como escondido detrás de la cortina o detrás de
la puerta esperando cobrar venganza por nuestros fallos. Dios quiere que
vayamos por el buen camino y nos hagamos responsables de nuestras acciones. La «maldición»
de la que habla es la simple consecuencia de lo que no debíamos de hacer.
Lo peor de todo esto es que, además, queremos contagiar
de nuestra desobediencia a los demás. «Han hecho tropezar a muchos en la ley».
Muchos quieren convencer a otros que lo que hacen está bien cuando sabemos claramente
que está mal para justificar la mala acción. ¿Qué ejemplo le estamos dando a
los demás?
La segunda lectura, entre las muchas cosas que podríamos
comentar, quisiera que nos fijemos lo importante que es acoger la Palabra de Dios.
Dice el apóstol que «permanece operante en ustedes los creyentes». En ese
sentido podemos decir que la Palabra de Dios tiene un carácter performativo, es decir, una capacidad para asimilar la
Palabra y convertirse en acciones y obras. (En la Exhortación Apostólica Verbum Domini, Benedicto usaba la misma
categoría para hablar del mismo carácter performativo respecto de la Palabra
que se proclama en la Liturgia y lo que se realiza en el sacramento). Acoger la
Palabra me tiene que llevar a obrar como ella me orienta. «El que me ama,
guardará (=obedecerá) mi Palabra; y mi Padre lo amará, y vendremos a él y
haremos morada en él» (Jn 14, 23).
Este saber obedecer y saber acoger me tiene que llevar a
un ser coherente. Jesús en el evangelio nos pone la imagen de los escribas y
fariseos. Estos conocen bien la Palabra de Dios, saben el camino de la
salvación, pero, lamentablemente, exigen mucho a los demás y se exigen poco
ellos mismos. Saben mandar, pero no saben obedecer. La coherencia de vida me
tiene que llevar a ser consecuente con lo que creo. Yo puedo exigir en la
medida que me exija a mi mismo y dé un buen testimonio. Jesús advierte que hay
que cuidarse de la autosatisfacción y la vanidad en todos los sentidos. La
mejor catedra que podremos dar siempre será el ejemplo y la humildad. «El
primero entre ustedes será su servidor»
Buen domingo y vivámoslo en la presencia del Señor.
P. Martín
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