CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO - CICLO B

Primera lectura: 2 Samuel 7, 1-5. 8b-12. 14a. 16; Salmo 88, 2-3. 4-5. 27 y 29 (R.: cf 2a); Segunda lectura: Romanos 16, 25-27; Evangelio: Lucas 1, 26-38.


Estamos en la antesala de la Navidad. Los textos bíblicos nos hablan de la morada que Jesús necesita para venir a este mundo. No hablo precisamente del pesebre, hablo de María, la digna morada que Dios preparó para que en ella se pueda gestar al Salvador.
 
María Santísima fue preparada desde su concepción inmaculada para que, libre de pecado, pueda ser la madre de Jesús. Dios la ha mirado, y disculpando el atrevimiento, y esperado para ese momento tan importante en la historia: la redención del género humano.
 
María no es como el gran templo de Jerusalén, ella es infinitamente mucho más que ello. Por decirlo de alguna manera análoga, es como el terreno sin contaminación donde Jesús puede desarrollarse libremente. Es la tierra virgen donde caerá la semilla que dará el mejor fruto.

María, cuando se encuentra con el ángel, pienso que experimenta una mezcla de sentimientos. Al no tener pecado, la relación con lo divino, con lo de Dios, era algo muy natural. Permítanme un pequeño paréntesis, cuán impresionante es ver a alguien convertido y sumergido en un rato profundo de oración, por ello, digo que para María las cosas de Dios eran algo connatural (no quiero decir «normal»). Siente el santo temor de Dios, no miedo, sino ese respeto por el enviado de Dios y lo ve como tal. El ángel le transmite la voluntad de Dios sobre ella. Eran tan limpia y tan unida a Dios que era casi inadmisible rechazar lo que Dios quería para ella y, por eso, va aceptando los distintos acontecimientos de su vida como parte de una secuencia de eventos salvíficos del cual ella toma parte como la madre de Jesús.

Ante ese santo desconcierto, viene otro más: tendrá un hijo sin concurso de varón. Algo totalmente fuera de lo normal. Creo que, a todos, si nos llegara un anuncio así o sonreiríamos o lo daríamos por un desvarío del interlocutor. El ángel le dice que no tenga miedo, esto es una obra de Dios y, permitiéndome otro atrevimiento, como cosa de Él no tiene por qué seguir la lógica de la naturaleza. Esto es el inicio de la nueva creación. Y, para que sienta esa tranquilidad, pone el ejemplo de su prima, la viejecita Isabel, que con sus años y con el esposo que tenía ha concebido un hijo. «Para Dios no hay nada imposible».

No sabemos cuánto tiempo duró el encuentro, pero lo que si sabemos es que el final tiene esa maravillosa respuesta de María: «Hágase en mí según tu palabra».

María, progresivamente, desde su tierna infancia, ayudada por la gracia divina, ha ido entendiendo su vocación. Ella, ante todo, es madre. Desde que tuvo uso de razón, ayudada por sus padres, fue conociendo y entendiendo por la fe y la esperanza de la venida del Mesías. Seguramente que, de alguna forma, también se preguntaría cómo y cuándo sería, y, hasta se sentiría tan humilde, que se sentiría la menos indicada para ello; pero no fue así. Dios la escogió para que sea ella un personaje principal en esta historia de amor de Dios con los hombres.

Que estos días miremos a María y a José, miremos sus actitudes y sus reacciones, cómo procedían antes que el Niño llegara al mundo. Preparémonos bien para esta Navidad y que el Señor nos colme de muchas bendiciones.

P. Martín

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