DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO B

Primera lectura: Jonás 3, 1-5. 10; Salmo 24, 4-5ab. 6-7bc. 8-9 (R.: 4a); Segunda lectura: 1Corintios 7, 29-31; Evangelio: Marcos 1, 14-20.




Estamos en el tercer domingo del tiempo ordinario y, además, el papa Francisco designó este como el Domingo de la Palabra de Dios con la carta apostólica «Aperuit illis» (30-IX-2019). Es un buen día para meditar sobre la importancia de la Palabra en nuestra vida. Viene a mi mente aquella frase del prólogo de San Juan: «(La Palabra = El Verbo) vino a su casa y los suyos no lo recibieron» (Jn 1, 12). Y eso puede pasar con todos nosotros: podemos saber dónde está la Palabra, pero no la acogemos, no la buscamos, no la interiorizamos. Es un buen día para pensar cómo uso mi Biblia y si la tengo presente en mi oración y mi estudio.

En la primera lectura, Dios envía a Jonás a anunciar un mensaje. Dios habla por la boca de Jonás. Jonás no era precisamente el personaje más querido y popular. Se puede ver que era visto como el que traía la “mala suerte” y la desgracia. Dios le encarga que vaya a Nínive a anunciar su destrucción a causa de su pecado. Los ninivitas, al escucharlo, primero creyeron, luego ayunaron y, junto a ello, hicieron penitencia. Dios, al ver ese cambio «se arrepintió». Algunas veces me pregunto: ¿Cómo ve Dios nuestro comportamiento? El que es bueno, hace el bien, no hay nada que reprochar; el que es pecador, seguro lo mira con misericordia, pero desaprueba el pecado. Dios nos hizo para que demos, como se dice ahora, nuestra «mejor versión», dejando que Él y su Palabra sean las que iluminan nuestra vida. Dios quiere que seamos muy buenos y, debemos dejarnos trasformar por su Palabra.

Viene a mi memoria aquella expresión que Benedicto XVI utilizara para referirse a la Palabra de Dios «Carácter performativo». La Palabra, sobre todo proclamada en la liturgia, tiene ese carácter no solo informativo sino transformativo, provoca un cambio profundo, como lo que hemos podido en el pasaje leído en la primera lectura. Es así, como vamos descubriendo el cómo Dios actúa por su Palabra y como esa Palabra nos va cambiando.

En el Evangelio, el Señor nos exhorta a convertirnos y creer en el Evangelio. Va en sintonía con lo que decíamos antes. Para convertirnos y creer primero tenemos que oír la Palabra. En la medida que somos oyentes de la Palabra, como la Virgen, podremos decir «Hágase en mí según tu palabra». Dejemos que la Palabra, con todo su poder entre en lo profundo de nuestro ser y que sea como ese árbol que va dando frutos. Nuestra conversión no puede ser al estilo neo pelagiano, basado en nuestros esfuerzos y méritos, sino que dejemos que la Palabra vaya dando fruto en nosotros y vayamos quitando aquello que nos estorba para nuestro crecimiento en santidad.

La segunda lectura también, de un modo implícito, nos llama a la conversión y a vivir ante la inminencia de la llegada del Señor. «La representación de este mundo se termina». Se le acababa el tiempo a Nínive, a los corintios y a nosotros. El tiempo apremia, nuestra conversión es urgente, despojémonos de lo que nos estorba para llegar libres y purificados al momento final, del cual nadie sabe el día y la hora.

Que vivamos un buen domingo de la Palabra de Dios, valoremos la Biblia como se merece, y dejémonos interpelar por ella y que transforme nuestra vida.

P. Martín

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