SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA - CICLO B

Primera lectura: Génesis 22, 1-2. 9-13. 15-18; Salmo 115, 10 y 15. 16-17. 18-19 (R.: Sal 114,9); Segunda lectura: Romanos 8, 31b-34; Evangelio: Marcos 9, 2-10.



Dentro del itinerario cuaresmal tenemos en el segundo domingo el Evangelio de la Transfiguración. No estamos en la fiesta litúrgica, que todavía será en agosto.

Quisiera reflexionar, en primer lugar, sobre el Hijo único. Hay una frase que sale en la primera que dice «por no haberte reservado tu hijo, tu hijo único» y en la segunda lectura: «El que no se reservó a su propio Hijo». Sin duda que podemos pensar en el Padre cuando leemos estas frases. Dios Padre no se reservó al que reconoce como su Hijo «Este es mi Hijo, el amado» leemos en el Evangelio.

¿Para qué? Para salvarnos, por amor. Mucho se ha reflexionado sobre esto en la teología, pero en el fondo, todo es por amor. El amor a Dios fue el que llevó a Abraham a entregar a su propio hijo; es el amor el que mueve a Dios Padre a entregar a su Hijo por nosotros. Es por amor.

En la vida cotidiana el amor nos mueve a grandes sacrificios. A veces tenemos que sacrificar lo que más queremos para que el amor reine. En ese sentido, podemos seguir el ejemplo de Dios Padre que nos ama y nos lo da todo en su Hijo. No hablamos de un canje parcial o de dar solo una parte de lo que tiene. El Padre lo da todo. Por eso, al inicio de la segunda lectura dice: «¿Cómo no nos dará todo con él?»

El sacrificio trae bendición. Sacrificarnos nos alcanza la bendición de Dios. Lo podemos ver en la acción de Dios respecto de Abraham. Por haberlo dado todo, por haber dado a su hijo, Dios lo bendecirá. Del sacrificio de Cristo, Dios ha alcanzado una infinita bendición para todos nosotros y los que están por venir. Sacrificarnos con Cristo también nos bendice, nos lleva a la gracia y nos purifica.

Sobre la Trasfiguración, dice el papa Francisco: «Poco antes, Jesús había anunciado que, en Jerusalén, sufriría mucho, sería rechazado y condenado a muerte. Podemos imaginar lo que debió ocurrir en el corazón de sus amigos, de sus amigos íntimos, sus discípulos: la imagen de un Mesías fuerte y triunfante entra en crisis, sus sueños se hacen añicos, y la angustia los asalta al pensar que el Maestro en el que habían creído sería ejecutado como el peor de los malhechores. Y precisamente en ese momento, con esa angustia del alma, Jesús llama a Pedro, Santiago y Juan y los lleva consigo a la montaña.»

Este Hijo anunciado por el Padre es el que recibirá toda la gloria. Es por eso, que para no desanimar a sus amigos más íntimos y, por qué no decirlo respecto de nosotros, para no desanimarnos en este camino de exigencia cuaresmal, nos muestra un poquito de la gloria que recibe. Se muestra glorioso y vencedor, nos muestra cómo será el final de este camino. Los sufrimientos y los sacrificios de Cristo no son estériles sino fecundos y victoriosos. El Hijo que lo da todo nos consigue todo para que no nos falte nada: seamos salvados.

Esa gloria que muestra el Hijo no es algo privado e íntimo, es para todos y para que sepamos hacia donde vamos. Es como un «caramelo» o «aperitivo» de lo que podemos disfrutar siempre que hagamos la voluntad de Dios. Termino con unas palabras del papa Francisco: «La transfiguración ayuda a los discípulos, y también a nosotros, a entender que la pasión de Cristo es un misterio de sufrimiento, pero es sobre todo un regalo de amor, de amor infinito por parte de Jesús.»

Buen domingo en la presencia del Señor y que sigamos viviendo con mucho entusiasmo esta cuaresma.

P. Martín

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