CUARTO DOMINGO DE CUARESMA - CICLO B

Primera lectura: 2 Crónicas 36, 14-16. 19-23; Salmo 136, 1-2. 3. 4. 5. 6 (R.: 6a); Segunda lectura: Efesios 2, 4-10; Evangelio: Juan 3, 14-21.


En este cuarto domingo de cuaresma, hay algunas peculiaridades litúrgicas que valen la pena conocerlas. Estamos llegando a la mitad de la cuaresma y siguiendo la estructura estacional de Roma, en este día se llegaba a una de las estaciones más antiguas de este tiempo: Santa Cruz, llamada comúnmente Santa Jerusalén. En este día se alude mucho a Jerusalén como imagen de la Iglesia, se alegra por los catecumenos que terminarán su itinerario, es como otra pregustación de lo que gozaremos plenamente en la Pascua. En este día tambien, desde el siglo XI, se hacía la bendición de la Rosa de oro, que originalmente se entregaba a las reinas, pero mucho después se le dió a determinadas advocaciones marianas. Hoy también vemos que los ministros usan vestiduras rosas como una señal de la cercanía de la gran fiesta pascual.

Dicho esto, quisiera comentar brevemente algunas ideas sobre las lecturas de este domingo.

En la primera lectura vemos un retrato del mundo en el que vivimos: desordenado, oscuro, tormentoso, ambiguo. En el Evangelio también se nos dice que «los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras»; para poder superar esta situación necesitamos alguien que fije su morada entre nosotros para que nos ilumine con su presencia. Para eso, Dios interviene en la historia y nos pone a su Hijo para que sea esa presencia que libera, redime, ilumina.

En el Evangelio se nos presenta el signo de la Cruz. La cruz como instrumento no era precisamente el más agradable de los castigos, todo lo contrario, era la forma más deshonrosa de morir. Sin embargo, Cristo, al padecer por nosotros y recibir el castigo que merecíamos, la convierte en la declaratoria de amor de Dios por los hombres y en instrumento redentor. La Cruz adquiere un nuevo sentido. Es cierto que esta comprensión no fue inmediata, pero poco a poco se va entendiendo que la Cruz es el lugar donde Dios nos regala la redención.

Algo que nos debe llenar de alegría en este domingo es lo que nos dice el Señor: «Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» Jesús ha venido a salvarnos, a darnos una y muchas oportunidades, a levantarnos de nuestras caídas y renovarnos interiormente.

Termino con unas palabras del Para Francisco: «¿Cuál es el motivo de esta alegría? En plena Cuaresma, ¿cuál es el motivo de esta alegría? Nos lo dice el evangelio de hoy: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Este mensaje gozoso es el núcleo de la fe cristiana: el amor de Dios llega a la cumbre en el don del Hijo a una humanidad débil y pecadora. Nos ha entregado a su Hijo, a nosotros, a todos nosotros.»

Vivamos este domingo lleno de alegría. Ya llega la Pascua. Se acerca nuestra liberación.

P. Martín

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