QUINTO DOMINGO DE CUARESMA - CICLO B

Primera lectura: Jeremías 31, 31-34; Salmo 50, 3-4, 12-13. 14-15. (R.: 12a); Segunda lectura: Hebreos 5, 7-9; Evangelio: Juan 12, 20-33.


«Miren que llegan días» Los días que vienen no son mas que para volver nuestra mirada al Cordero inocente que entrega su vida por amor a cada uno de nosotros. Lamentablemente, vivimos en un mundo y con muchas personas que no les dan la misma importancia a estos «días». Depende mucho cómo entendamos estos «días» para decidir cómo vivirlos. Quisiera proponer tres modos de entender estos días: 1. El espectador indiferente: Sé que pasa algo, pero realmente no me interesa. Prima mi tiempo, mi descanso, mis distracciones, y un largo etcétera. 2. El de «cuerpo presente»: Participa en estos días, pero por costumbre, por inercia, por curiosidad. De repente si se da tiempo para participar de los oficios, pero por estar, no por vivir con Jesús. 3. «Uno más en la historia»: No solo estoy, sino que lo vivo como si estuviera allí con Él. Pido la gracia de ser como uno de los personajes que acompañan a Jesús durante estos días. Los que estamos involucrados con servicios o funciones: ¿Estoy poniendo a Cristo en el primer lugar de estos días que llegan o me preocupa más lo artificial, cosmético o accesorio?

Es una buena oportunidad para hacer un examen de conciencia profundo respecto de cómo voy a vivir estos días.

El Señor Jesús, en el Evangelio, nos habla que ha venido para «esta hora». Jesús se preparó para esta misión. Sabe lo importantísima que es, conoce lo que implica, libremente se dispone para ese momento. Quieren acabar con Él por decir la verdad, por ser claro, por decir las cosas claras. ¿Cuánta falta nos hace tener cerca de nosotros personas valientes que ejerzan su profetismo? Posiblemente no quieran hacerlo porque sabemos a lo que se exponen. Serán criticados, señalados, marginados, juzgados. Por eso y mucho más pasó Jesús y, por esto, se preparó para esta hora.

En la segunda lectura, San Pablo no recuerda que Jesús «con gritos y con lágrimas … aprendió sufriendo a obedecer» En otro momento, en el Huerto dirá «Aparta de mi esta copa, pero no se haga mi voluntad» El Señor nos enseña a obedecer. Él es el primero que se dispone a entregar su vida por amor. Le dolía infinitamente el cargar con aquello que era absolutamente contrario a su ser: el pecado de la humanidad, sin embargo, aunque no gustara, lo hace por amor.

Jesús nos recuerda que «si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto». Lo que ha hecho es dar vida desde la cruz, no solo a sus contemporáneos, sino a toda la humanidad. La cruz, a la que subirá en la hora destinado a ello, será el corazón del mundo desde se irradia la Sangre limpia que purificará a toda la humanidad marcada por el pecado. Jesús murió para ser fecundo.

El fruto más grande que ha podido brotar de la obediencia de Jesús es la expulsión del poder del mal «Ahora el Príncipe de este mundo va a ser echado fuera» Jesús, con su Pasión hará nuevas todas las cosas, su sangre borrará aquello que no nos ha manchado, restaurará el orden y la paz.

Pidámosle a Jesús que nos regale la gracia de estar a su lado durante estos días de salvación.

P. Martín

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