DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO B

Primera lectura: Proverbios 9, 1-6; Salmo 33, 2-3. 10-11. 12-13. 14-15 (R.: 9a); Segunda lectura: Efesios 5, 15-20; Evangelio: Juan 6, 51-58.



La oración colecta de este domingo es una antigua oración que se remonta al sacramentario de Bérgamo (siglo X) y que luego ha ido atravesando la historia hasta nuestros días. Desde esta oración quisiera hacer la reflexión de este domingo, sin perder de vista las lecturas y las demás oraciones.

En la oración decimos: «Oh, Dios, que has preparado bienes invisibles para los que te aman». Dios no se queda ni en la temporalidad ni en la materialidad de las cosas terrenas, al contrario, trasciende y, por eso, prepara lo que llamamos «bienes invisibles». Hablamos y esperamos algo que trasciende y va más allá de lo que captan nuestros sentidos, requiere fe.

En el evangelio se nos dice: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día.» Esto no es algo que entiende fácilmente la lógica humana. Supone fe en la promesa de Dios. Hoy se piensa que la existencia del ser humano es intrascendente y luego de la muerte somos aniquilados. Por tanto, hablar de algo que no experimentamos no es algo fácil, provoca un rechazo de parte de algunos al considerarlo un absurdo, pero nosotros creemos en ello. Sabemos y creemos que la parte espiritual del hombre no es aniquilada con la muerte, que hay una vida después de la muerte y la esperanza que resucitaremos todos en el día final.

En la oración continuamos diciendo «Infunde la ternura de tu amor en nuestros corazones». Esto tampoco es fácil de entender, sobre todo en un mundo que ha rebajado y caricaturizado el amor. Amor a Dios es comunión con Él y esa comunión nos va transformando. «El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él». La presencia de Dios en el alma nos lleva a amarlo como correspondencia del amor que nos tiene. El entrar en comunión con Él nos lleva a amarle sobre todas las cosas. Que Dios habite en nosotros hace que nosotros le amemos a Él.

Esa presencia de Dios en nosotros hace que el Espíritu Santo habite en nosotros. Por eso, en la segunda lectura, San Pablo nos exhorta a dejarnos llenar del Espíritu, no de la borrachera que lleva al libertinaje. Hay que portarnos bien ya que vienen días malos. Es urgente la conversión y el cambio de vida.

El Evangelio de hoy termina diciendo que «el que come este pan vivirá para siempre» y en la oración después de la comunión, que es una oración del misal de París (siglo XVIII), decimos «configurados en la tierra a su imagen, merezcamos participar de su gloria en el cielo». Comiendo el Pan bajado del cielo ya participamos y nos encaminamos para la gloria del cielo.

Termino con unas palabras de la oración colecta: «para que, amándote en todo y sobre todas las cosas, consigamos alcanzar tus promesas» y espontáneamente pienso en el pasaje de Juan 14, 21: «El que me ama guardará mis mandamientos». Amar a Dios sobre todas las cosas nos permite alcanzar la promesa de la vida eterna y la resurrección de gloria.

Buen domingo en la presencia de Dios.

P. Martín


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