DOMINGO XXXII DEL TIEMPO ORDINARIO
Primera lectura: Sabiduría 6, 13-17; Salmo 62, 2.3-4.5-6.7-8, Segunda Lectura: 1 Tesalonicenses 4, 12-17, Evangelio: Mateo 25, 1-13.
LA SABIDURÍA Y LA PRUDENCIA
Al final del Evangelio de hoy se
nos dice que velemos porque no
sabemos ni el día ni la hora en que
vendrá el esposo (Cf. Mt 25, 13). Estas palabras van a ser como la antesala de
lo que contemplaremos durante estos días tanto en las lecturas dominicales como
feriales (=entre semana): el final de la
historia. Precisamente el final de la historia se dará con la segunda
venida de Cristo, que es lo que contemplaremos en la primera parte del
adviento. Es así como el tiempo en la liturgia es como un espiral que llegará
hasta la Parusía.
Quisiera compartir tres puntos en
relación con las lecturas de este domingo:
1. Cristo es la sabiduría encarnada:
Cuando hablamos de sabiduría
pensamos inmediatamente en el conocimiento intelectual o una vasta experiencia
de vida, pero pocas veces pensamos en la
sabiduría como “alguien”. En la primera lectura vemos que ella es quien nos
indica por dónde ir en vistas a conseguir la sabiduría personal y la prudencia
que poseen los sabios. Seguramente sabemos que la descripción de la sabiduría
que se hace en el libro bíblico del mismo nombre refiere, como anticipo, a
Cristo. Él es la sabiduría que los prudentes esperan que llegue. “Ella misma busca
por todas partes a los que son dignos de ella” (Sb 6, 17). Todo es cuestión de
tomar la decisión personal de dejarse encontrar por la sabiduría y dejarnos
llevar por ella.
2. Meditar en la sabiduría es prudencia
consumada (Cf. Sb 6, 15):
En el Evangelio aparece
nuevamente la imagen nupcial en la parábola de las vírgenes necias y prudentes.
Podríamos pensar equivocadamente que las vírgenes prudentes son egoístas, pero
si vamos más al fondo, entenderemos que ellas están al cuidado de lo que más
esperan: ver llegar al esposo. Algo así tendría que suceder con nosotros: ir
por la vida deseando ver a Cristo. Es por ello que las vírgenes prudentes no arriesgan nada para aguardar ese momento tan
esperado. Más bien, el que no es prudente se expone a que los afanes y
avatares de la vida lo absorban y pierda la oportunidad de presenciar la
llegada del esposo o que le agarre desprevenido.
Si meditamos en la sabiduría, si
conocemos a Cristo y hacemos vida sus enseñanzas, tengamos la plena seguridad
que nadie nos arrebatará el poder llegar y estar con Cristo cuando venga por
segunda vez.
3. “A los que han muerto, Dios por medio de
Cristo, los llevará con Él” (1Tes 4, 13):
La segunda lectura nos da, desde
el v. 14, un adelanto de lo que sucederá en el día final. Lo que quisiera
destacar de esta lectura es la frase con la que subtitulo esta parte: A los que
han muerto Cristo los llevará. Y podemos decir que serán precisamente los
sabios y prudentes, los que han amado a Dios con toda su alma y todo su ser y
al prójimo como a uno mismo, los que serán llevados por Cristo. En otros
pasajes de los evangelios hemos leído y escuchado como Jesús quiere que
nosotros estemos con Él en el cielo, pero también hemos escuchado que no todo
el que diga “Señor, Señor” entrará en el Reino (y hoy lo volvemos a ver con las
vírgenes).
Precisamente la sabiduría es la que nos lleva a la prudencia, y la prudencia que hay
en nosotros nos llevará al encuentro con Cristo por toda la eternidad.
La imagen de las vírgenes algunos
la han aplicado a la Iglesia. Todos los bautizados somos miembros de ella bajo
la imagen de los que se duermen confiados en la tardanza el esposo, pero habrá
algunos que somos necios y otros prudentes. Es un buen día para pedir la gracia
de la inocencia que posee toda virgen, la prudencia para que nada ni nadie nos
arrebate el momento de la llegada del esposo y que sea Él el que nos lleve para
ese banquete que se dará en el Cielo cuando llegue la hora de nuestra muerte.
¡Buen Domingo en la presencia del Señor!
P. Martín
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