DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO B

Primera lectura: Jeremías 31, 7-9; Salmo 125, 1-2ab. 2cd-3. 4-5. 6 (R.: 3); Segunda lectura: Hebreos 5, 1-6; Evangelio: Marcos 10, 46-52.



Es interesante que Bartimeo tenga la valentía de buscar a Jesús. Como seres humanos nos acostumbramos a nuestro modo de vida, a nuestra zona de confort, a nuestras comodidades, aunque vayan contra la voluntad de Dios. Bartimeo no se contenta con pedir limosna y acomodarse a su situación de ceguera. Va más allá, se atreve a implorar la misericordia de Jesús para dar un cambio en su vida.

Muchas veces, nosotros estamos ciegos por todo aquello que anteriormente mencioné, pero Jesús quiere abrir nuestros ojos con su gracia y hacernos ver un nuevo estilo de vida, una vida que ve la realidad con los ojos de la fe: «Tu fe te ha salvado». No habla solo de un cambio físico, sino de un cambio en lo interior: la vida ha sido rescatada.

Hoy podemos preguntarnos: ¿Dejo que mi fe ilumine mi vida personal? ¿Me dejo sanar por Dios? ¿Soy indiferente a lo que Dios hace por mi?

Junto con ello, como vemos en la primera lectura, si nos hemos visto beneficiados por la gracia de Dios, no podemos dejar de gritar al mundo lo que Dios ha hecho por nosotros. Lo mejor que Dios hace por nosotros es la salvación, liberarnos de nuestras esclavitudes y pecados, devolvernos la semejanza que habíamos perdido por la caída de nuestros primeros padres. Es una oportunidad de demostrarle al mundo que tenemos un Dios que lo ha dado todo por nosotros.

Por ello, cuan importante es dar testimonio en un mundo que no quiere escuchar a Dios, que quiere silenciar y opacar su presencia. Dando testimonio ayudamos a nuestros prójimos a descubrir el camino para llegar a Aquél que nos puede redimir y salvar.

No podemos dejar de reconocer que el Padre hace todo nuevo, por eso, como diremos con el salmo «El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres». Cuando alguno recibe de Él su gracia, no podemos más que estar alegres y gritarle al mundo lo maravilloso que es Dios. Lo alegre no se puede quedar encerrado, se comunica, se comparte. El mundo se debe llenar de la alegría de vernos salvados y redimidos por Dios.

Cristo se compadece de nosotros y por eso ha hecho todo lo que estaba a su alcance para que nosotros podamos alcanzar aquello que nos ha inhabilitado para recibir la gracia de Dios. Para ello, como hemos escuchado en la segunda lectura, ha permitido la ofrenda de la vida de su Hijo en favor de cada uno de nosotros ofreciendo un sacrificio único, eterno y perfecto que nos beneficia a todos.

Por eso hoy podemos sentirnos alegres, como nos lo anuncia Jeremías y como lo vemos en Bartimeo al sentir la presencia salvadora y sanadora de Dios, que todos nos alegremos de su poder y de la gracia que nos hace llegar a cada uno de nosotros.

No nos dejemos apabullar por el ruido del mundo, por gente pesimista y alejada de Dios, que quiere seguir ciega, que no quiere dejar que Él siga actuando en nuestra historia y en nuestras vidas, sino que debemos ayudar para que la gracia siga llenando nuestro mundo del amor que Dios nos regala para poder llegar a la santidad y poder compartir con Él en la eternidad.

No desaprovechemos que Jesús quiere hacer MUCHO por cada uno de nosotros.

Buen domingo.

P. Martín

Pd. Aquí dejo una reflexión anterior que puede complementar.

https://pmartinreflexiones.blogspot.com/2021/10/domingo-trigesimo-del-tiempo-ordinario.html


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