SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO - CICLO C
Primera lectura: Hechos de los apóstoles 12, 1-11, Salmo 33, 2-3. 4-5. 6-7. 8-9 (R.: 5b), segunda lectura: 2 Timoteo 4, 6-8. 17-18, Evangelio: Mateo 16, 13-19.
Para cerrar el mes de Junio, tan rico en grandes fiestas liturgicas, celebramos con alegría y solemnidad a dos columnas fundamentales de la Iglesia: San Pedro y San Pablo.
Esta fiesta conjunta, que tiene sus orígenes ya en el siglo III en Roma, expresa la unidad y diversidad de la misión apostólica. Pedro, el pescador de Galilea llamado a confirmar en la fe; Pablo, el fariseo convertido en apóstol de los gentiles. Dos caminos distintos, un mismo Señor, una misma Iglesia.
Las lecturas de hoy nos iluminan sobre su vocación y testimonio. En los Hechos de los Apóstoles (12,1-11), vemos cómo Pedro, preso por proclamar a Cristo, es liberado por el ángel del Señor. Esta experiencia no solo subraya la acción providente de Dios, sino también la misión de Pedro como roca firme en la tormenta. El Evangelio de Mateo (16,13-19) nos recuerda ese momento clave en Cesarea de Filipo, donde Pedro confiesa a Jesús como el Mesías, y recibe las llaves del Reino. En él, Cristo instituye un ministerio visible que garantizará la unidad en la verdad.
Por su parte, Pablo, en su segunda carta a Timoteo (4,6-8.17-18), nos deja un testamento espiritual: ha combatido el buen combate, ha mantenido la fe, y aguarda la corona de justicia. En Pablo vemos el ardor misionero, el intelecto apasionado por Cristo, la entrega total sin reservas. Ambos apóstoles, distintos en origen, formación y estilo, convergen en Roma y sellan su fidelidad con el martirio.
La tradición nos dice que Pedro fue crucificado cabeza abajo, por humildad, en la colina vaticana, donde hoy se levanta la Basílica que lleva su nombre. Pablo, ciudadano romano, fue decapitado en la vía Ostiense. En ellos se cumple lo que el Señor les anunció: dar la vida por su nombre. Su sangre fue semilla fecunda para la Iglesia que nacía. Son verdaderamente los fundamentos de la fe cristiana en Occidente.
Las oraciones de la Misa de este día reflejan este misterio: el Prefacio canta la Providencia de Dios al establecer a Pedro como cabeza visible, y a Pablo como heraldo de la verdad. La colecta pide que por su intercesión, la Iglesia conserve en todo el mundo la integridad de la fe. Qué importante es hoy sostener la fe, custodiarla, vivirla con alegría y convicción.
Esta solemnidad es también una invitación a mirar con gratitud el ministerio del sucesor de Pedro. Hoy, el Papa León XIV continúa esa misión confiada por Cristo: confirmar en la fe, custodiar la unidad, abrir caminos al Evangelio en el mundo de hoy. En un tiempo de tensiones y desafíos para la Iglesia, necesitamos orar por él, como la comunidad oraba por Pedro en la cárcel. Nuestra comunión con el Papa no es meramente institucional: es espiritual, afectiva, eclesial.
La teología del papado, desarrollada a lo largo de los siglos, afirma que el Obispo de Roma es el principio visible de la unidad de la Iglesia. No se trata de una dignidad humana, sino de un servicio pastoral: “El siervo de los siervos de Dios”. En él resuena la voz del Buen Pastor que guía a su pueblo. El papado no es dominio, sino testimonio de amor, de verdad, de fidelidad a Cristo y a su Evangelio.
Como Pedro y Pablo, estamos llamados a dar testimonio de Cristo con la palabra e, incluso, con la vida. Que el Señor nos conceda ser piedras vivas en su Iglesia, y sembradores incansables del Evangelio.
Buen domingo en la presencia del Señor.
P. Martín

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