DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C

Primera lectura: Isaías 66, 18-21; Salmo 116, 1. 2 (R.: Mc 16, 15); Segunda lectura: Hebreos 12, 5-7 11-13; Evangelio: Lucas 13, 22-30.


Las lecturas de este Domingo nos presentan aspectos que son sumamente importantes, pero que, para quien tiene una fe selectiva, puede ser uno de los más desagradables o menos atractivos, porque muchas veces se prefiere la comodidad antes que la exigencia. No olvidemos que para entrar en el cielo hay que hacerlo por la puerta estrecha y hay que estar en forma para poder pasar por ella. 

Un primer tema que quisiera que reflexionemos es la corrección. En la sociedad de hoy parece que hay que ser muy finos para decir las cosas. Algunos se hieren fácilmente cuando alguien les pone la verdad enfrente, sobre todo cuando tienen un especial interés en aquello que no es correcto. Por muchas generaciones la corrección ha servido para encaminar a millones de personas por un camino de bien, no necesariamente de perfección, pero al menos se consiguió que sean personas correctas. 

Hoy no gusta la corrección, no gusta que se nos digan las cosas, algunos se sienten muy ofendidos cuando se les dice por dónde hay que ir. Es por eso que la segunda lectura nos anima a no rechazar la corrección ni a desanimarse ante ella. Que lo veamos como un detalle de amor de Dios con respecto de nosotros cuando nos corrige o nos endereza. Ciertamente, como dice la lectura, la corrección no es agradable, duele, incomoda, pero luego da un fruto de justicia. 

Quién ha pasado por una severa corrección sabe las consecuencias de los actos incorrectos Y seguramente ha sabido enderezar el camino. Con la generación de cristal y de otras tantas denominaciones que no aceptan la corrección ni el llamado de atención, en el tiempo estamos viendo las consecuencias de no dedicarles tiempo y claridad respecto de la vida o los actos que llevan. 

Y cuánto más valiosas son las correcciones que vienen de Dios para que podamos enderezar nuestra vida y poder llegar a la vida eterna y no pasar por agua tibia nuestra mediocridad y nuestra tibieza. 

En esa misma lógica de la puerta estrecha, el evangelio de este domingo nos habla de quiénes son los que se salvarán. Creo que todos sabemos que llegará el día en que volverá el Señor y juzgará a todas las generaciones. Y sucederá lo que dice la parábola: al ver el rechazo del amo le recordarán: «pero estuvimos contigo», «te acompañamos en las plazas», «enseñamos en tu nombre». Hoy, alguno puede decir: «pero yo estuve contigo en la iglesia», «colabore contigo todos los domingos», «di mi cuota cuando se me solicitó» y tantas otras cosas que podrían ser un sacarle en cara al Señor lo que se ha hecho, pero si no llevamos una vida coherente de nada nos va a servir todo ello.

El Señor cuando vuelva nos dirá, si no hemos llevado una vida correcta y religiosa, «aléjense de mí todos los que obran la iniquidad y el pecado». Por más que llevemos una rutina de cumplimiento religioso, si no hay una auténtica conversión del corazón no podremos pasar por la puerta estrecha. Reitero, la vida de santidad nos pone en forma para poder entrar en el reino de los cielos. 

En esa línea, qué importante es la corrección. Tenemos que dejarnos ayudar para poder llevar una vida irreprochable, santa, alejada de lo mundano. Y si no queremos ser corregidos que sepamos las consecuencias de lo que va a suceder. 

Y en la misma lectura del Evangelio el Señor dice que habrá un lugar de llanto y de rechinar de dientes. Muchos han identificado este lugar con el infierno. Sabemos que hay un infierno. Y este lugar está destinado para que ellos rebeldes que no han querido asumir la voluntad de Dios. Recordemos aquella sentencia apocalíptica de que nada impuro entrará en el cielo. Pues a ese lugar hay que tenerle miedo. Ya lo hice el Señor, no hay que tener miedo al que mata el cuerpo sino al que mata el alma.  En nosotros está la decisión de a dónde queremos ir. 

Las lecturas de este domingo nos tienen que llevar a reflexionar qué tipo de compromiso tenemos con Dios y qué vida religiosa estamos llevando. Tenemos que preguntarnos si es el cumplimiento de una rutina o es una verdadera necesidad del alma que requiere ese encuentro personal y amoroso con Dios. Pidamos la luz al Espíritu Santo para que nos pueda enrrumbar a una vida agradable a Dios. 

Tengo un buen domingo en la presencia de Dios. 

P. Martín 




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