DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C
Primera lectura: Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29; Salmo 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11 (R.: cf. 11b); Segunda lectura: Hebreos 12, 18-19. 22-24a; Evangelio: Lucas 14, 1. 7-14
Una palabra que sale muy pronto en las lecturas de este domingo es humildad. En las lecturas podemos ver que es el tema transversal, sin negar de que otros temas tan importantes como este. Nos hace bien poder reflexionar cada cierto tiempo sobre la humildad para que no nos dejemos llevar por otras actitudes que las pueden desdecir.
Dentro de los consejos que encontramos en la primera lectura podemos encontrar algunas consecuencias positivas de vivir en la humildad: atrae el cariño: cuando uno asume una actitud soberbia más bien empieza el rechazo. Nos alcanza el favor de Dios: es decir que la humildad nos alcanza una bendición. Nos revela los misterios más profundos: Dios no revela sus misterios a los sabios entendidos sino a la gente sencilla. La humildad lleva la sabiduría: en la línea de lo dicho anteriormente, la humildad va llevando a un comportamiento y unas actitudes equilibradas en la persona.
Por estas razones nos hace bien ejercitarnos en la virtud de la humildad.
En el cielo reinará la humildad. Los primogénitos inscritos en el cielo son aquellos que han sabido reconocerse como tierra, humus, y por ello han vivido de una forma bastante generosa la humildad. Precisamente, para llegar a la santidad auténtica se tiene que vivir como vivió Cristo, y Cristo se declara como el manso y humilde de corazón, entonces para habitar en la morada de Dios, además de identificarnos con Cristo, tenemos que pedir el don de la humildad. Por eso, la humildad además de un esfuerzo personal es también una gracia de Dios que hay que saber acoger porque a veces llegará por medios dolorosos.
En el evangelio el Señor nos enseña a vivir con humildad. En el mundo de hoy pareciera que es importante aparecer, figurar, tener fama, prestigio, y tantas otras cosas engañosas que en el fondo no nos sirven para vernos como somos realmente. Sobre todo la virtualidad ha llevado a idealizaciones de la persona que no siempre corresponden con su propia verdad. Muchos viven de la imagen y de la apariencia. Y a más notorios son algunos, parece que son más felices. En ese sentido, el Señor en esta parábola nos enseña a no buscar el protagonismo, a mantener como se dice coloquialmente «el perfil bajo». Vemos como cuando alguien quiere presumir y busca los primeros lugares puede darse la desagradable experiencia de la humillación. Más bien recomienda que siempre hay que buscar los últimos lugares para que uno pueda ser enaltecido.
Haciendo una interpretación espiritual se puede decir que busquemos en este mundo pasar desapercibidos para poder ganarnos un lugar en el cielo. El cielo es precisamente el lugar donde se recibirá la recompensa de la que habla al final del Evangelio. Cuando uno hace algo no lo hace para esperar la retribución sino de buena voluntad y para ganarnos el cielo, donde, como dice el salmo responsorial, «los justos se alegran en la presencia de Dios rebosando de alegría».
Que el Señor nos haga pensar sobre la humildad, somos polvo y el polvo volveremos, y que nos haga pensar en que para ser grande debemos vivir la pequeñez en la tierra.
Buen domingo en la presencia del Señor.
P. Martín
P.d. Dejo una reflexión anterior que puede ayudar.
https://pmartinreflexiones.blogspot.com/2022/08/domingo-xxii-del-tiempo-ordinario-ciclo.html?m=1

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