DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C

Primera lectura: Amós 6, 1a. 4-7; Salmo 145, 7. 8-9a. 9bc-10 (R.: 1b); Segunda lectura: 1Timoteo 6, 11-16; Evangelio: Lucas 16, 19-31.


Empiezo comentando que ya van 5 años de haber empezado esta aventura de escribir una reflexión sobre las oraciones y las lecturas de cada domingo. Dios sabe porqué inspiro a quienes me motivaron a escribir en el tiempo de pandemia y espero que sea siempre de ayuda para el que lo lea.


La misa de este domingo nos invita a mirar la vida con los ojos de la misericordia de Dios y con la seriedad del Evangelio. La oración colecta nos hace confesar que el verdadero poder de Dios no se manifiesta en la fuerza ni en el dominio, sino en el perdón y la misericordia. Nuestro Dios es poderoso porque sabe levantar al caído, porque nunca se cansa de esperar la conversión del pecador.

La primera lectura del profeta Amós nos pone en guardia: «¡Ay de los que se sienten seguros en Sión!». Es una denuncia fuerte contra los que se acomodan en sus riquezas y olvidan a los necesitados. El profeta nos advierte que la indiferencia frente al sufrimiento ajeno no es solo un pecado social, sino también una ceguera espiritual. Quien vive encerrado en su comodidad termina perdiendo el sentido de Dios y de la vida.

En la segunda lectura, san Pablo exhorta a Timoteo con palabras vibrantes: «Combate el buen combate de la fe, conquista la vida eterna». Nuestra fe no es pasiva, sino lucha constante contra la mediocridad, contra el egoísmo, contra la tentación de vivir solo para nosotros mismos. El combate cristiano no se libra con armas de violencia, sino con la perseverancia, con la fidelidad al Evangelio, con la esperanza puesta en Cristo. Pablo le recuerda a su discípulo —y hoy a nosotros— que hay un horizonte que lo cambia todo: «La manifestación de nuestro Señor Jesucristo». Esperar al Señor es vivir ya en esta tierra con el corazón en el cielo.

El Evangelio nos presenta una parábola estremecedora: el rico y Lázaro. No se trata solo de una historia moral, sino de una revelación sobre el destino eterno. El rico no es condenado por tener riquezas, sino por no ver a Lázaro, por ignorar al hombre que yacía a su puerta. El pecado del rico fue la indiferencia, esa ceguera que nace de un corazón cerrado en sí mismo. Lázaro, en cambio, con toda su miseria, tenía un nombre ante Dios. El rico, que lo tenía todo en la tierra, aparece anónimo; el pobre, que nada tenía, es conocido y amado por Dios.

La escena final es dramática: el rico pide que alguien vaya a advertir a sus hermanos. Pero la respuesta de Abrahán es clara: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no se convencerán ni aunque resucite un muerto». Jesús anticipa aquí el misterio pascual: Él resucitará, pero muchos seguirán cerrando su corazón. No basta un milagro externo si el corazón no se abre a la Palabra de Dios.

La Palabra hoy nos ofrece un camino de conversión. No podemos vivir confiados en una religiosidad superficial mientras ignoramos a los Lázaros de nuestro tiempo: los pobres, los migrantes, los enfermos, los que sufren soledad o desprecio. Allí está Cristo esperándonos.

La misericordia de Dios, de la que hablamos al inicio, quiere transformar nuestro modo de mirar la vida. Si Dios es poderoso en el perdón, nosotros mostramos su poder cuando sabemos abrir el corazón al necesitado, cuando sabemos compartir, cuando combatimos el buen combate de la fe con gestos concretos de caridad.

Que en este domingo Dios nos fortalezca para no caer en la indiferencia, para no vivir como si no existiera, para escuchar de verdad a Moisés, a los profetas y, sobre todo, a Cristo que nos habla hoy. Y que en el día de nuestra muerte no nos falte lo más grande: ser reconocidos por Dios como hijos suyos y encontrar en su misericordia el descanso eterno.

Buen domingo en la presencia del Señor.

P. Martín


P.d. Comparto una reflexión anterior que puede complementar.

https://pmartinreflexiones.blogspot.com/2022/09/domingo-xxvi-del-tiempo-ordinario-ciclo.html?m=1


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