DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C

Primera lectura: Éxodo 17, 8-13; Salmo 120, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8 (R.: 2); Segunda lectura: 2Timoteo 3, 14—4, 2; Evangelio: Lucas 18, 1-8.



La oración colecta que hoy decimos al iniciar la misa resume maravillosamente el mensaje de la Palabra de Dios: «Dios todopoderoso y eterno, haz que te presentemos una voluntad solícita y estable, y sirvamos a tu grandeza con sincero corazón.» La liturgia nos invita hoy a mirar la voluntad fiel y el corazón sincero como actitudes necesarias para permanecer unidos a Dios en toda circunstancia. Y las tres lecturas de este domingo nos muestran que esa fidelidad se vive en la oración perseverante, en la fe que confía y en la acción que nace del amor.

En la primera lectura, Moisés ora con las manos alzadas mientras Josué combate contra Amalec. Cuando Moisés se cansa, Aarón y Jur le sostienen los brazos. El pueblo vence no por la fuerza de la espada, sino por la fuerza de la intercesión. Este relato es una imagen de la Iglesia que ora: cuando el pastor eleva sus manos, el pueblo avanza; cuando la comunidad sostiene al pastor, la victoria llega. La oración perseverante es un acto de fe, lo que motiva a toda obra buena. No es una práctica decorativa, sino una necesidad vital: sin oración, nos agotamos; con oración, Dios actúa.

Moisés enseña que rezar no es solo hablar, sino perseverar. A veces Dios no siempre responde de inmediato, pero en la espera nos fortalece. Como dice el salmo de hoy: «El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.» La perseverancia en la oración no cambia a Dios; nos cambia a nosotros, nos hace más humildes, más pacientes, más disponibles a su voluntad.

El Evangelio va en la misma línea. Jesús cuenta la parábola de la viuda insistente y el juez injusto, para enseñar que «es necesario orar siempre sin desfallecer». La viuda no tiene poder, no tiene defensores, pero tiene algo más fuerte: una confianza obstinada en la justicia de Dios. Jesús no compara a Dios con el juez injusto; al contrario, lo contrasta. Si un juez sin fe termina escuchando a una mujer débil, ¿cuánto más nuestro Padre del cielo escuchará a los que claman a Él día y noche? El Señor nos pide no solo orar, sino creer que Dios actúa incluso cuando parece callar.

Esa confianza es la raíz de la verdadera oración: no exigir, sino confiar; no manipular a Dios, sino ponerse en sus manos; no pedir cualquier cosa, sino pedir lo que realmente nos conduce al bien. Por eso Jesús concluye con una pregunta que atraviesa los siglos: «Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?» La perseverancia en la oración es, en el fondo, una expresión de fe. Orar siempre significa creer que Dios sigue siendo Señor incluso en el silencio y que su amor no falla.

San Pablo, en la segunda lectura, recuerda a Timoteo que permanezca fiel a la Palabra inspirada por Dios. Pablo sabe que el anuncio y la vida cristiana solo se sostienen cuando se depende de Dios y de su Palabra. Timoteo no debe fiarse de su ingenio, sino del Evangelio; no de sus fuerzas, sino de la gracia. Así también nosotros: la oración nos recuerda que dependemos de Dios. La autosuficiencia espiritual es la peor lepra del alma.
El que cree que puede bastarse a sí mismo deja de orar, y poco a poco su corazón se endurece. La dependencia filial de Dios no nos humilla; al contrario, nos libera del orgullo y nos devuelve la paz. Solo quien se sabe hijo puede esperar con confianza.

La oración perseverante no significa repetir palabras vacías ni insistir en caprichos. Significa mantenerse en sintonía con la voluntad de Dios. El que ora de verdad va aprendiendo a pedir cosas buenas, las que Dios mismo desea conceder: la fe, la esperanza, el amor, la fidelidad, el perdón, la gracia de servir con sinceridad. Así lo expresa la oración colecta: «Haz que te presentemos una voluntad solícita y estable, y sirvamos a tu grandeza con sincero corazón.» En otras palabras: que sepamos orar no solo con los labios, sino con la vida; que lo que pedimos al Señor se vea reflejado en nuestro servicio; que nuestra oración no sea un refugio de pereza, sino una escuela de entrega.

La liturgia de hoy nos enseña que la oración perseverante es el alma del servicio cristiano. Quien reza sin cansarse, termina sirviendo sin cansarse. La oración no nos aleja del mundo; nos enraíza más profundamente en él, porque nos une al corazón de Dios. Como Moisés, sostengamos nuestras manos; como la viuda, no dejemos de insistir; como Pablo y Timoteo, permanezcamos fieles a la Palabra; y como dice la colecta, sirvamos al Señor con corazón sincero. Pidamos al Señor que nuestra oración no sea un acto ocasional, sino un estilo de vida; que nuestra confianza no dependa de resultados, sino de su amor; y que nuestra fe, sostenida por la gracia, nos haga pedir siempre lo que es bueno y nos conduzca a la vida eterna.

Buen domingo en la presencia del Señor.

P. Martín 

P.d. Dejo una reflexión anterior que puede complementar.


Comentarios

Entradas populares de este blog

SOBRE EL ADVIENTO

DOMINGO III DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE SAN JUAN BAUTISTA