DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO B

Primera lectura: Génesis 2, 18-24; Salmo 127, 1-2. 3. 4-5. 6 (R.: cf. 5); Segunda lectura: Hebreos 2, 9-11; Evangelio: Marcos 10, 2-16.



En las lecturas de este domingo sale espontáneamente el tema del matrimonio.

Empecemos diciendo, a la luz de la primera lectura, que la unión del varón y la mujer es un tema de naturaleza antes de ser un tema religioso y es normal que sea así. Luego, Jesús, la eleva a la dignidad de sacramento, e, incluso podemos decir, que otras religiones ya tenían un matrimonio con una serie de exigencias conyugales.

Quisiera plantear algunos temas para la reflexión. En primer lugar, que el matrimonio es una unión de amor. En el Evangelio se habla del tema del divorcio y la pregunta es por qué la gente se divorcia. Antes de la respuesta más generalizada que dice «se acabó el amor», yo preguntaría si entendemos qué es el amor.

Lamentablemente hoy no tenemos referentes del amor. En la televisión, en las redes sociales, en los grupos de amigos y entre muchos otros, el modelo que se presenta es el de un «amor» fugaz y «color de rosa» que, cuando se acaba, se destruye todo. Incluso, algunos, sin dejar una posibilidad a la recuperación del matrimonio, proponen hacer un cambio de pareja o de divorciarse sin más. Eso es lo que hay en la sociedad.

El amor, en cualquiera de sus formas, tiene que estar alimentado del amor de Dios. Como todo lo humano es finito y tarde o temprano se terminará, así también pasa con el amor humano. Alguno podría decir: «pero hay muchas parejas que sin estar casadas por la Iglesia viven felices», cosa que no vamos a negar, pero, aun así, es necesario que el amor de Dios avive el amor humano y lo purifique. El amor no es sólo sentir cosas bonitas, es una experiencia que va más allá de las pruebas.

Lo segundo es que el amor requiere madurez. En el Evangelio se recoge una frase de Moisés que hemos leído en la primera lectura: El hombre dejará a su padre y a su madre y se unirá a su mujer. Dejar la casa materna ya es un signo de madurez y de una decisión adulta. Significa que inician una nueva etapa, juntos y construyendo su patrimonio y su familia. Ese es otro problema que perjudica que las próximas generaciones quieran tener un matrimonio estable o hijos: no se ven parejas fuertes que den testimonio de poder como tal.

El hombre post moderno, egoísta e individualista, solo piensa en su bienestar, en su placer, en su yo. Difícilmente se piensa en el otro, en compartir con alguien y para toda la vida. Parece que es un recorte de libertad. Y, se puede decir, que vivir en pareja es concebido por algunos como una especie de encarcelamiento. Hace falta ser maduro para asumir la responsabilidad de un compromiso fiel y a perpetuidad. Mas bien, se ven anti modelos de inmadurez e irresponsabilidad.

Se habla del divorcio. El catecismo es claro al afirmar que es una ofensa contra el matrimonio. Las causas pueden ser muy variadas y, a veces, es la solución oportuna para algunas situaciones insalvables. Sin embargo, el divorcio, fuera de ser una solución, es una etapa en la que se tiene que vivir el compromiso matrimonial de un modo distinto. Por ello, que importante es hacer un buen discernimiento para llegar al matrimonio. Los sacerdotes, para llegar a la ordenación, pasamos muchos años de nuestra vida, pero para el matrimonio no. Llegar al matrimonio debe ser el punto de llegada de un largo camino de discernimiento y conocimiento.

Finalmente, hay que decir algo que puede ser obvio: el matrimonio es entre varón y mujer. No pretendo ofender a nadie, pero si puedo decir que es una obviedad natural. El varón esposo tiene la misión de santificar a la mujer esposa. Otras formas de unión serán otras formas de unión, pero no serán matrimonio como lo concibe la naturaleza y la fe.

Pidamos que haya cada vez más matrimonios santos.

Buen domingo en la presencia del Señor.

P. Martín

Comparto una reflexión anterior que puede ayudar.

https://pmartinreflexiones.blogspot.com/2021/10/domingo-vigesimo-septimo-del-tiempo.html


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