DOMINGO VII DEL TIEMPO ORDINARIO - CICLO C
Primera lectura: 1Samuel 26, 2. 7-9. 12-13. 22-23; Salmo 102, 1-2. 3-4. 8 y 10. 12-13 (R.: 8a); Segunda lectura: 1Corintios 15, 45-49; Evangelio: Lucas 6, 27-38.
Jesús, en el evangelio,
precisamente se dirige a sus discípulos. Y es tan abierta esa expresión que
podemos entenderlo como que le habla sus contemporáneos y nos habla a nosotros,
a los discípulos de todos los tiempos. Como tales, debemos escuchar las enseñanzas
de nuestro maestro. Y empieza diciendo que le escuchemos, no solo que el sonido
pase por nuestros oídos y seamos indiferentes al mensaje que nos quiere
ofrecer, sino que precisamente quiere que retengamos ese mensaje y lo hagamos
vida.
Lo primero que nos enseña
es amar al enemigo. En algún momento de la vida vamos a encontrar a un enemigo,
ya sea por la envidia, por la antipatía, por las discrepancias, por una riña,
por la violencia física y por tantas otras cosas más. Jesús lejos de hablar de
la venganza, del odio o el resentimiento, lo que haces hablarnos de algo que él
mismo experimentará y nos dará ejemplo: el amor. No es fácil amar a alguien que
nos odia, sin embargo, a ejemplo de Cristo y por su gracia podremos amar como
Él ama. Lamentablemente, eso se ha perdido en la sociedad y en el mundo. Ante
un prójimo que puede resultar adversario mío empieza el maltrato, el descarte,
la guerra.
Otra enseñanza que podemos
encontrar en el evangelio de este domingo es el trato a los demás. Hoy en día
podemos constatar en el trato cotidiano diversos tipos de actitudes que no son
más que el reflejo del interior de la persona. Vemos personas heridas,
resentidas, con grandes cargas emocionales que no siempre se saben canalizar y
decantan en violencia, angustia, depresión y muchas otras situaciones difíciles
de controlar. El Señor nos pide tratar a los demás como quisiéramos que nos
traten. Algunos necesitarán un poco de atención, otros alguna pequeña alegría,
en alguna situación un chiste o una broma que cambie el clima tenso que toca
vivir, algo que no puede faltar es la cortesía, la amabilidad, la atención.
¿Cómo quisiéramos que nos traten? Algunos piensan que merecen todo y los demás
nada, pero la lógica que nos propone el Señor es que los demás merecen todo y
nosotros lo necesario.
Otra enseñanza que se puede
sacar es la de no juzgar y no condenar. Lamentablemente somos proclives al
juicio y a la condenación y nos olvidamos que solo uno es legislador y juez, como
dirá Santiago en su carta. A veces es muy fácil señalar al otro sin conocer las
circunstancias o simplemente porque nos dejamos llevar por lo que escuchamos
sin comprobar los sucesos. Es muy fácil y ligero hacer un comentario del
prójimo. En estas circunstancias, la palabra de Dios nos indica lo importante
de ser misericordiosos. Es decir que pasemos por el corazón y seamos empáticos
con el prójimo antes de emitir un comentario. ¿Cómo me sentiría si yo me veo
señalado por aquello que yo condeno o juzgo del otro?
La recompensa que nos
promete el señor es más grande de lo que nosotros podemos pensar. Si seguimos
su ejemplo y su enseñanza no estaremos muy lejos de recibir como recompensa el
estar con Él en el cielo que, en el fondo, es lo que anhelamos. Este evangelio
no es más que una hoja de ruta para identificarnos profundamente con
Jesucristo, nuestro maestro, y seamos ese hombre espiritual del que nos habla
la segunda lectura.
Buen domingo en la
presencia del Señor.
P. Martin
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